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Las balsas de Gibara, una peculiar obra de ingeniería que destruyó la Revolución

Las balsas de Gibara, una peculiar obra de ingeniería que destruyó la Revolución en 1959.

Corría el siglo XIX cuando los pobladores de la zona nororiental del Gibara se vieron obligados a crear balsas para poder cruzar el río que divide en dos a la Villa Blanca, una obra ingeniera única en Cuba en su momento.

Aquello no era cosa de capricho. Al utilizar las balsas para cruzar esta corriente de agua que desemboca en la bahía de Gibara los viajeros acortaban el trayecto hasta Santa Lucía a tan solo 18 km, ya que por la vía tradicional se llegaban a duplicar las distancias.

A raíz de esto, los ingeniosos gibareños se dieron a la tarea de crear una especie de armazón de madera que flotaba sobre río. Posteriormente, utilizando un sistema de cables fijos, lograban transportar de una orilla a otra del Cacoyuguín, personas, caballos, carretas y hasta camiones y automóviles se dice que llegaron a pasar.

Los artesanales puentes no funcionaban por amor al arte, sino que constituían una especia de empresa privada que reportaba no pocos ingresos a sus dueños, quienes cobraban de acuerdo a la cantidad de mercancía que era transportada mediante su propiedad.

No obstante, el cruce de vehículos pesados no era para nada sencillo. Por esta razón, el Ayuntamiento se enfrascó en la construcción de un puente fijo para cruzar el Cacoyuguín que se culminó en la década de 1940.

Estos puentes fijos de uso público pasaron a convertirse en la forma más segura y rápida de ir hasta Santa Lucía y, aunque no tenían nada que ver con los antiguos pontones, la costumbre era tan fuerte que los siguieron llamando balsas.

Tan pronto estuvo construidos el puente circularon por él numerosos camiones y más tarde una ruta de ómnibus que iba desde Gibara hasta Santa Lucía. Era esa, además, la vía mas expedita para llegar hasta Los Bajos.

Llegó el año 1959 y en el auge revolucionario se mandó a derribar aquellos puentes viejos para sustituirlos por otros que, a pesar de ser también de madera, eran mucho más altos.

La idea, aunque en un principio parecía buena, no supo aguantar el embate de los malos tiempos, ya que el exceso de crucetas de madera fue casi que un caramelo en las puertas de un colegio para las crecidas que trajo consigo el ciclón Flora y que no dejaron ni uno solo en pie.

Tras ese desastre, nunca más fueron reconstruidos los puentes, aunque todavía hay quien habla con nostalgia de aquellas balsas que hasta el sol de hoy son recordadas por el ingenio que sacaron a flote de los cubanos que siempre han tratado de resolver un problema.

Por Cubacute.com




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