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Eréstamo Fajardín, el guajiro cubano que pudo hacerse rico vendiendo un poema de

Eréstamo Fajardín, el guajiro cubano que pudo hacerse rico vendiendo un poema de 400 décimas que había compuesto.

Eréstamo Fajardín Valdivia no sólo tenía un nombrecito que se las traía, sino también una memoria prodigiosa. Este humilde campesino de Cabaiguán, en el centro de Cuba, era capaz de recitar de memoria un poema compuesto por el mismo que tiene más de 400 décimas. Este prodigio de memoria fue comprobado por muchos e, incluso, en una ocasión, unos extranjeros le ofrecieron más que el dinero que iba a ganar en toda su vida trabajando por su poema. Pero Eréstamo se negó, si le estaban ofreciendo tanto era porque seguramente “valía más”.

Improvisador genial, capaz de vencer los pies forzados más difíciles que le pusieran los rivales, Eréstamo quedó como la estampa viva del repentismo cubano que no figuró en los medios. Igual sucedería con generaciones enteras de poetas que murieron ignorados por todos luego de alegrar los campos de Cuba en épocas en las que no llegaba ni la luz eléctrica.

Prueba de la capacidad de improvisación de Eréstamo, que de modesto no pecaba, fue la vez en que llegó a un concurso de improvisación y declaró delante de todos los presentes, jueces y concursante, que ya podían darle el premio porque había llegado para ganar.

Ante el atrevimiento, los jueces le pusieron el pie forzado más difícil que se les ocurrió, para reventarlo literalmente: “persiguiendo los cachorros”. La décima que improvisó Eréstamo no tiene desperdicio:

“Ahora me recuerdo yo/ cuando en el campo vivía/ una perra que venía/ que todo me lo acabó./ Solamente me dejó/ dos tristes gallos machorros/ y compré con mis ahorros/ un arma y maté a la perra,/ y es hoy que voy por la sierra/ persiguiendo los cachorros”.

Luego de semejante demostración el jurado le entregó el premio sin oír a más nadie y Eréstamo se hizo famoso en toda Las Villas.

Hasta que se hizo viejo se ganó la vida amenizando guateques y canturías. Su voz era infaltable en cualquier fiesta hasta que lo vencieron los años.

Entonces llegó la factura de llevar una vida de parranda. Eréstamo murió, sin hijos, sólo y sin un centavo, acariciando los cuadernos en el que había escrito su enorme poema de más de 400 décimas por el que nunca le volvieron a ofrecer un centavo, ni aún en los momentos de mayor necesidad.

Fuente: todocubaorg


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