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Cubanos! José María López lledín, muchos no lo conocimos, otros solo lo veían

Cubanos!
José María López lledín, muchos no lo conocimos, otros solo lo veían con tristeza, otros le daban un cigarrillo a cambio de un trozo de periódico viejo con fecha caducada que guardaba entre sus harapos o un trozo de papel donde escribía "Amor y Dios" con su puño y letra . Sin duda uno de los peldaños más altos de esas leyendas urbana, esas que parten de hechos reales distorsionados y con datos ficticios pero que guardan poderosos secretos de figuras callejeras rodeadas de folclore que forman parte de la historia capitalina.

Nació en diciembre de 1899 en España, en la provincia de Lugo, llegó a cuba sin haber cumplido los 15 años de edad y trabajo en varias actividades como solemos hacer los emigrantes. Según varias versiones, perdió el equilibrio mental y comenzó a deambular en las calles en las primeras décadas del siglo XX después de haber estado en prisión tras ser acusado injustamente.

Pasó a la historia por su comportamiento pintoresco, su cultura, su educación y su comunicación, que le ganó el afecto de varias generaciones de capitalinos.

Sus lugares escogidos para callejear eran el Paseo del Prado, la Avenida del Puerto, la Plaza de Armas; cerca de la Iglesia de Paula y el Parque Central, donde algunas veces dormía en uno de los bancos, además solía caminar por la calle Muralla, Infanta y San Lázaro y por la esquina de 23 y 12, en el Vedado.

Acerca de su apodo hay muchas teorías, una de ellas relata que lo obtuvo de una novela francesa. Otra que la gente empezó a llamarlo “El Caballero” en la Acera del Louvre, del Paseo del Prado. Quizás, en su mente, la Acera del Louvre equivalía a París. Él decía que La Habana era “…muy parisién” y que él era “mosquetero, corsario y caballero de Lagardere".

Falleció el 12 de julio de 1985, en Mazorra, su diagnóstico describe que padecía de parafrenia, considerado como una forma de esquizofrenia.

Su desaparición física de las calles no evitó que continuara sus andanzas, ahora en el recuerdo y en las leyendas de esa Habana que lo eternizó en bronce y lo evoca en su día a día a través de una barba y un meñique desgastado.



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