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LA HISTORIA DE JOSÉ MARÍA PERAZA, ALIAS “MATAPERROS”, EL MÁS CELEBRE VERDUGO CUB

LA HISTORIA DE JOSÉ MARÍA PERAZA, ALIAS “MATAPERROS”, EL MÁS CELEBRE VERDUGO CUBANO.

Esta es la historia de un celebre verdugo que tuvo Cuba y que alcanzó notoriedad por su tranquilidad en el momento de dichas ejecuciones
y la de una agitada vida que le dió a conocer en toda la isla de entonces. Su alias fue el de “Mataperros”.

José María Peraza, nacido en Diciembre de 1744 era oriundo de un pequeño pueblo cerca de la actual villa de Trinidad donde tuvo que enfrentar la condena de morir en la horca por haber asesinado a su mujer a cuchilladas. Pero es que entonces sus acusadores no pudieron aplicar la sentencia por no haber en alli un “ministro ejecutor” en la villa. Ni la de otro reo que esperaba ser ejecutado en el mismo pueblo. Por lo que fueron referidos para ser ajusticiado por el ejecutor de la vecina ciudad de Santa Clara, pero que por fortuna de José María el hombre murió durante el viaje.

Peraza propuso, a cambio de salvar la vida, que el mismo desempeñaría el cargo de verdugo. Así, con su antiguo compañero de prisión, inició un siniestro rosario de ejecuciones.

Luego de ganar cierta fama como verdugo fue nombrado ‘Ministro ejecutor’ de la ley. Este era un gran nombramiento y así, Peraza comenzó a ser el brazo de la justicia para eliminar delincuentes. Era el apogeo del bandolerismo. Se dice que, en una ocasión, hasta mató un chino que no se defendió adecuadamente con el juez. José María llegó a coger una triste fama por su gran habilidad con la soga. Adquirió una destreza poco común en su profesión.

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LAS TRETAS DEL VERDUGO.

De Peraza se cuenta que no era raro que una vez que lanzaba del tablado al reo, se trepaba a la horca y bajaba por la soga hasta quedar a horcajadas en los hombros del ajusticiado. Entonces le propinaba patadas en el pecho para acelerar su muerte. Un día, mientras realizaba esta maniobra, la soga se rompió. Reo y verdugo quedaron confundidos en un macabro abrazo, pero hombre estaba aún vivo. No faltó quien gritara ¡Milagro! y la pena fue conmutada.

Hubo algunas épocas en las cuales los «clientes» de Peraza podían hacer una fila. En otras épocas el hombre no tenía mucho trabajo.

La remuneración de José María Peraza era de 125 pesetas por cada ejecución. Se las arrojaban sobre el tablado. El hombre las recogía y luego agradecía al público. Se cuenta que nunca utilizó ese dinero para sus propias necesidades. Segun lo que lo conocieron el verdugo lo repartía entre los pobres como limosna y mandaba a decir misas por la salvación del alma de los ajusticiados

¡Cómo había cambiado José María!.

Un día tomó por sorpresa a no pocos que dejaría el oficio por su edad y ya no ahorcaría a nadie más. No obstante, se convertiría en la primera persona en Trinidad en usar el garrote vil. Un bandolero muy conocido por aquellos lares que llevaba preso durante 20 años fue el primero en morir al garrote, ya que la ley establecía que a los 21 años se le dejaría en libertad.

Un dato curioso sobre aquel verdugo es que mandaba a dar una misa por el alma de los que morían a manos suyas.

EL VIEJO MATAPERROS.

Tras unos veinte años en este peculiar oficio, se le dio el trabajo de Mataperros municipal, de allí su apodo. Se le complicó el trabajo, pero le pusieron un ayudante. Su destreza como verdugo la usaba para evitar hacer sufrir inútilmente a los animales. Algunas veces la cosa se ponía fatal y los perros lo mordían. Pero ya su espíritu no sufría de remordimientos por los ahorcamientos. La remuneración no era tan buena como siendo verdugo, pero de algo le servía.

En esa época cuando los niños se ponían majaderos y no lograban que hicieran caso, sus madres les decían: «Ahí viene el Mataperros», y los muchachos se tranquilizaban.

En ese entonces Peraza vivía en un bohío fuera de la ciudad. Sembraba sus alimentos y algún que otro vecino le llevaba un poco de comida. Al envejecer vivió de la caridad pública, en soledad con sus recuerdos.

Las mujeres de Trinidad llevaban sus limosnas hasta la choza de Peraza, pero se volvían de espaldas al acercarse a la cesta que Mataperros tenía dispuesta para recibir las dádivas, para no ver la cara del antiguo verdugo.

Mataperros murió a los 103 años de edad, en 1847. Pese a su funesta trayectoria fue una gran persona, que daba lo poco que tenía a quienes lo necesitaran. No se sabe a donde fue a parar su alma despues de su muerte y supuesta ascension al cielo.

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