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Historia del Cine en Cuba ( Tercera parte y final)La moda impuesta por italianos

Historia del Cine en Cuba ( Tercera parte y final)
La moda impuesta por italianos y norteamericanos marca a E. Díaz Quesada, que estrena en noviembre de 1920, con gran impacto en el público, El genio del mal, primer serial realizado en Cuba. Al comienzo de esta década aparece en el panorama cinematográfico nacional una nueva figura, Ramón Peón quien regresa a La Habana después de su experiencia como camarógrafo de noticieros en el cine norteamericano. Peón pasa a ocupar, por largo tiempo, el espacio vacante que deja E. Díaz Quesada tras su muerte en 1923. En 1920 R. Peón dirige para la National Film Productions Realidad, su primer largometraje. Al año siguiente codirige con P. J. Vázquez Dios existe. Entre 1921 y 1926 realiza ocho películas silentes, Las cosas de mi mujer, Aves de paso, Mamá Zenobia, Casados de veras, Al aire libre, Casi varón, El amante enmascarado y El cobarde valeroso. En 1929 dirige El veneno de un beso y en 1930, La Virgen de la Caridad, considerada por la crítica la mejor película del cine silente cubano e incluso de la carrera de Peón. En los primeros años de esta década varios directores estadounidenses se sirven de los escenarios tropicales de la isla y filman algunas escenas de sus películas, entre ellos Hugh Ford, Robert Z. Leonard, John S. Robertson y Tom Terriss. Se inicia así una práctica que se mantiene vigente hasta finales de la década del 1950.
En 1921 se instituye la Asociación Nacional de Exhibidores que más adelante se transforma en la Unión de Empresarios de Cuba. Le siguen la fundación de otras empresas distribuidoras en las ciudades de Santa Clara, Santiago de Cuba, San Luis y Holguín. El negocio de la distribución del cine que al inicio de la primera guerra mundial está en lo esencial en manos de los cubanos, pasa a empresas de Estados Unidos que en los comienzos de la segunda década controlan por completo la exhibición y la distribución en el país y se establecen en la capital las sucursales de los más poderosos estudios: Fox Films Corp (1918), United Artist of Cuba (1921), Metro-Goldwyn-Mayer´s (1923) y First National Pictures (1925). El auge del cine norteamericano contribuye a la decadencia del teatro cubano al decrecer su público, cerrar algunas salas de teatro que se transforman en cines y desintegrarse numerosas compañías de teatro. Unos años después los actores logran sobrevivir gracias a la radio. El 30 de junio de 1922 el gobierno de Alfredo Zayas (1921-25) crea el Comité Censor de Películas a fin de supervisar el contenido de los filmes y poder regular el acceso a las exhibiciones en territorio nacional. Más adelante, en 1925, el gobierno de Gerardo Machado (1925-33) funda un departamento de cinematografía anexo a la Secretaría de Obras Públicas.
Ramón Peón, Arturo “Mussie” del Barrio y Antonio Perdices crean en 1929 la BPP Pictures, que produce dos películas de gran éxito, El veneno de un beso (1929) y La Virgen de la Caridad (1930). Poco después del estreno de esta última, y ante la crisis económica y política que vive el país, cierran la empresa.
El 1 de febrero de 1926, con el arribo del inventor norteamericano Lee De Forest, se realiza la primera demostración de cine sonoro en el país. Dos años después, el 15 de febrero de 1928, se estrena en el Teatro Campoamor el filme estadounidense El cantor de jazz/The Jazz Singer de A. Crosland (1927), considerado el primer largometraje con sonido directo grabado en la película. La aparición y el establecimiento del cine sonoro coinciden con la agudización de la crisis económica mundial (1929-33), con lo que todos los estudios cinematográficos locales se paralizan por la falta de insumo para el rodaje y el revelado. En algunas ocasiones, las salas de cine, a fin de no perder recaudaciones, interrumpen la exhibición de sus películas para trasmitir en directo las radionovelas de éxito. Los cineastas Max Tosquella y Arturo “Musie” del Barrio con un rudimentario equipo de sonido, producen en 1932 el primer cortometraje sonoro del país, Maracas y bongó, con una temática de promisorios beneficios, la música cubana. En 1937, el gran éxito de los episodios radiofónicos del escritor Félix B. Caignet, las aventuras de un detective chino (Chan Li Po), es aprovechado por la Royal News para producir el primer largometraje sonoro en Cuba, La serpiente roja, dirigido por Ernesto Caparrós. La extraordinaria recepción popular que recibe esta película impulsa el resurgimiento del cine en el país.
Ramón Peón, que a principios de la década emigra a México, donde desarrolla una prolífica carrera, regresa al país alentado por las nuevas perspectivas. Reúne un pequeño grupo de accionistas y funda la compañía Películas Cubanas SA (Pecusa) con la que realiza en 1938 dos filmes, Sucedió en La Habana y El romance del palmar, esta última con Rita Montaner como protagonista. En 1939 filma con otra compañía productora Una aventura peligrosa. Otros filmes de este mismo año son, Cancionero cubano, Estampas habaneras, Mi tía de América y La última melodía, todas del español-mexicano Jaime Salvador; Siboney del español Juan Orol y Prófugos de Ernesto Caparrós. La irrupción del cine sonoro no conduce a un crecimiento artístico del cine nacional. La mayoría de los filmes que se producen son en la práctica libretos radiofónicos o sketches banales intercalados con números musicales. Los productores, en su afán de conquistar al público, apelan indiscriminadamente a recursos populistas que demuestran eficacia comunicativa en el incipiente negocio de la radio y en el teatro vernáculo ya en declive. No obstante, en muchas ocasiones estos filmes alcanzan sus objetivos financieros y de comunicación.
Al finalizar la década de 1930 el cine sonoro logra imponerse en Cuba y el cine estadounidense conserva su hegemonía en el gusto del público. En 1940 de las 480 películas que se exhiben, 360 son de Estados Unidos. Cuba cuenta entonces con una población cercana a los cinco millones de habitantes y 373 salas de cine. El comienzo de la segunda guerra mundial en 1939 limita la importación de filmes estadounidenses y europeos, y los vacíos en el mercado son cubiertos por México, Argentina y en menor escala por España. En 1944 los estrenos se reducen a 248, de los que 164 son norteamericanos. A mediados de la década de 1940 se inician las coproducciones con México, impulsadas por la carencia de leyes protectoras de la industria cinematográfica local, los bajos costos de producción y la cercanía territorial. De estos vínculos con ese cine son filmes como Embrujo antillano de G. Polaty y J. Orol (1946), María la O de A. Fernández (1947) y El ángel caído de J. J. Ortega (1948), donde los actores y técnicos locales son relegados a un segundo plano. Al concluir la guerra, Estados Unidos recupera los segmentos de mercado perdidos.
Una figura monopoliza la producción de cine nacional, Manolo Alonso. Su carrera comienza como administrador de algunas salas de cine de la capital, hasta que en 1937 produce el primer film sonoro animado hecho en Cuba, Napoleón: el Faraón de los sinsabores. Después se dedica a la realización de noticieros y en muy pocos años obtiene el control total de los mismos. En 1943 dirige su primer largometraje de ficción, Hitler soy yo, una farsa caricaturesca patrocinada por la fábrica de refrescos Materva. Con el apoyo financiero de la empresa Cerveza Polar dirige la producción anual de 52 cuadros cómicos, que en un inicio se exhiben acompañando a los noticieros y con posterioridad se reeditan y exhiben como largometrajes y son Estampas criollas (1946), Piñero limosnero (1947), El paso de jicotea (1947) y Garrido Gaito (1947), entre otros. En los años siguientes Alonso consolida su imperio y dirige las películas más importantes de la época, Siete muertes a plazo fijo (1950) y Casta de Roble (1953).
A principios de la década de 1940 comienza, aunque de manera irregular, la enseñanza y los estudios sobre cine. Se destacan los cursos de verano del profesor universitario José Manuel Valdés Rodríguez y la paulatina aparición en la capital de los cineclubes. En marzo de 1948 se funda el primero de ellos, Cineclub de La Habana. Los documentos oficiales recogen las tres firmas de sus fundadores, Germán Puig, Ricardo Vigón y Victoria González. A este cineclub muy pronto se incorporan numerosos jóvenes, algunos de los cuales desarrollan notables carreras, entre ellos Néstor Almendros, Guillermo Cabrera Infante y Tomás Gutiérrez-Alea. En su libro Días de una cámara (1990), el catalán Néstor Almendros cuenta cómo es la atmósfera cinematográfica de La Habana a finales de esa década: “La Habana era el paraíso del cinéfilo, pero un paraíso sin ninguna perspectiva crítica… fuera de los noticiarios sólo existía una producción comercial de poco valor y destinada a un público sin instrucción…, pero en aquellos momentos, los seis o siete largometrajes que se realizaban en Cuba anualmente eran sólo vulgares musicales o melodramas, en su mayoría coproducidos con México. Por eso nuestro interés se concentraba sobre todo en un cine independiente… la censura en comparación con España y aun con Estados Unidos, era muy tolerante. Piénsese que fue La Habana y no Copenhague la primera ciudad del mundo en que se exhibió cine pornográfico. Por otra parte, en los programas dobles de las salas comerciales, se pasaban viejas películas como Vampyr, de Dreyer, que descubrí en un cine de barrio”.
Cuba es el primer país de Latinoamérica en emitir una señal televisiva. La televisión llega en fase experimental en noviembre de 1949 y en 1958 el país cuenta con 23 estaciones, incluyendo dos en colores y cuatrocientos mil televisores (un televisor por cada 17 habitantes).
Al entrar en la década de 1950 La Habana se enorgullece de poseer algunos de los cines más lujosos y modernos del mundo. En 1949 el senador Alfredo Hornedo inaugura el cine-teatro Blanquita con capacidad para siete mil espectadores, aire acondicionado y los proyectores más modernos del mercado. El número de estrenos de películas norteamericanas se incrementa de 380 en 1950 a 465 en 1951, hasta llegar a más de 500 en 1955. Durante esta década la influencia norteamericana en la sociedad cubana puede advertirse fácilmente en los cines, y de modo significativo en el amplio uso de las técnicas publicitarias al estilo norteamericano.
En esta década también se registran las primeras tentativas de institucionalizar la actividad cinematográfica en el país, con la creación en 1950 del Patronato para el Fomento de la Industria Cinematográfica. En marzo de 1952, pocos días después del golpe de Estado, los trabajadores y técnicos cinematográficos ocupan los estudios del Biltmore (después Estudios Nacionales) reclamando atención a la industria del cine y la disolución del Patronato para el Fomento de la Industria Cinematográfica, que controlaba Manolo Alonso. El 31 de julio se crea la Comisión Ejecutiva para la Industria Cinematográfica (Ceplic), que hereda los fondos y bienes del Patronato, y que un año después financia total o parcialmente unas pocas películas cubanas. El 27 de febrero de 1955 se crea el Instituto Nacional Pro Fomento de la Industria Cinematográfica Cubana (INFICC), que recibe los bienes de la Ceplic y reaparece como su presidente Manolo Alonso, quien a partir de ese momento se alza con control de todos los recursos de la producción del cine en Cuba. Ese año, Alonso organiza una subasta que por medio del fraude le adjudica los estudios del Biltmore al representante en Cuba de la industria del cine mexicano, Octavio Gómez Castro.
A mediados de los años cincuenta se incrementan las coproducciones con México. La evasión del control de los férreos sindicatos mexicanos redunda en beneficio para los productores de ese país. Con la idea de aprovechar el extraordinario éxito en Cuba y en México de las radionovelas cubanas, los productores mexicanos Agustín P. Delgado y Roberto Martínez Rubio se asocian al cubano F. B. Caignet, máximo exponente de la radionovela, para fundar la compañía productora Cub-Mex SA. Con esta empresa producen Ángeles de la calle de A. P. Delgado (1953); Morir para vivir (1954) y La fuerza de los humildes (1954) de M. Morayta; El tesoro de Isla de Pinos de V. Oroná (1955) y un año después, Y si ella volviera de V. Oroná y A. P. Delgado.
Por el revuelo que provoca en el medio cinematográfico cubano, un título destaca en esta década: La rosa blanca (1954). Según G. Cabrera Infante, al estrenarse se produce “una violenta y poco constructiva polémica entre apologistas y detractores” (Un oficio del Siglo XX, 1963). Dirigida por el reconocido director mexicano Emilio “Indio” Fernández, aunque formalmente se considera una coproducción con México, es financiada casi totalmente por la Comisión del Centenario, institución gubernamental cubana encargada de los festejos por aniversario del héroe nacional José Martí. Parte del alboroto es ocasionado por la desaparición de una gran suma de los fondos que el gobierno de Batista destina a la producción del film.
Con el surgimiento de una nueva generación que se congrega y actúa en los cineclubs y que recibe el influjo de las nuevas corrientes del cine europeo de la posguerra, cambia notablemente el modo de entender y apreciar el cine en Cuba. En 1951 se funda la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, vinculada al Partido Socialista Popular (PSP), con una Sección de Cine que acoge al antiguo Cine Club de La Habana. Meses más tarde, aún integrado a la Sociedad, cambia su nombre por Cinemateca de Cuba, y a finales de este año se independiza. En marzo de 1953 se reanuda la Sección de Cine dentro de la Sociedad, cuya dirección recae en diferentes períodos sobre Julio García-Espinosa, José Massip y Alfredo Guevara. En 1954 J. García-Espinosa con la colaboración de T. Gutiérrez-Alea, J. Massip, A. Guevara y otros integrantes de la Sección de Cine, dirige el mediometraje documental El Mégano, que muestra la miseria en que vivían los pobladores de la Ciénaga de Zapata. Una década antes, el documentalista J. A. Sarol con Su majestad el ladrillo (1940), y L. Álvarez-Tabío con El desahucio (1940), que trabaja para productora Cuba Sono Film (1938-48) del PSP, habían realizado numerosos documentales de corte social, los que al menos desde el punto de vista temático, pueden ser considerados antecedentes directos de El Mégano. La importancia de este último radica en que en su equipo de realización se encuentra el núcleo director del futuro Icaic. En el estreno la policía secreta de Batista considera la película como una obra subversiva e incauta una de las copias. Con este hecho aumenta la represión a los integrantes de Nuestro Tiempo hasta el punto de que algunos de sus miembros se ven obligados a pasar a la clandestinidad, y otros tienen que exiliarse como A. Guevara, quien parte a México, donde trabaja como asistente de producción de Luis Buñuel en Nazarín. Otros para subsistir dentro del medio cinematográfico nacional participan en la trivial producción cubana del momento; J. García-Espinosa trabaja como asistente en dos películas coproducidas con México: Tahimí, la hija del pescador de Juan Orol (1957) y Si ella volviera de Vicente Oroná (1958), y T. Gutiérrez-Alea colabora como director con el productor mexicano Manuel Barbachano Ponce en Cine Revista. El dinamismo de los cineclubs durante la década de 1950 y los resultados alcanzados en sus asociados son la cantera fundamental de la que se nutre el Icaic cuando se crea, en marzo de 1959.



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