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ANECDOTAS DE PERSONALIDADESJUAN DAVID Y ELEANOR ROOSEVELTJuan David, el genial c

ANECDOTAS DE PERSONALIDADES
JUAN DAVID Y ELEANOR ROOSEVELT
Juan David, el genial caricaturista cubano, repetía que, al final, el personaje caricaturizado terminaba pareciéndose a su caricatura. Insistía: «No creo que son las caricaturas las que se parecen a los personajes, sino los personajes quienes se parecen a sus caricaturas. Yo he hecho caricaturas que al comienzo no se parecían mucho al personaje, y cada año he visto que el hombre se acercaba más a su caricatura. Es un hecho curioso ese de que imitemos nuestra propia imagen…».
Un día, en Nueva York, quiso hacer el cartón de la viuda del presidente Franklin Delano Roosevelt, y se acercó a la vieja dama para solicitar su autorización. Eleanor era dueña de una fuerte y atrayente personalidad, pero no era precisamente una mujer bella, y estaba muy consciente de ello.
Dio la señora al artista su consentimiento y precisó:—No tiene que hacer mi caricatura… Basta con mi retrato.
DON CARLOS DE LA TORRE
Don Carlos de la Torre y Huerta (1858-1950) es uno de los nombres emblemáticos de la ciencia cubana. Hizo estudios de Medicina, Farmacia y Ciencias Físico-Químicas y Naturales, pero, discípulo del gran Felipe Poey, se inclinó desde temprano a la Malacología, y no había cumplido aún los 18 años de edad cuando descubrió dos especies de moluscos desconocidas hasta entonces y que en su honor llevan su nombre. Aquí, donde todo se toma un poco en broma y un poco en serio, lo que quizá sea una forma del querer cubano, esa afición le valió el mote de «Carlos Caracoles». Bien pronto su sabiduría era reconocida más allá de nuestros límites geográficos.
En uno de sus viajes científicos, don Carlos llegó a Londres. Quería visitar el Museo Británico de Zoología y, una vez allí, mientras recorría una de sus salas, señalaba los errores numerosos que advertía en la clasificación de algunas especies de caracoles. Alarmado por las rectificaciones, el velador de la sala hizo llamar a Edward Smith, director de la institución, que salió disparado de su despacho para enfrentarse al extranjero que osaba expresarse de tal modo.
Ya cara a cara, le dijo:
—¿Es usted, por ventura, el cubano Carlos de la Torre?
Don Carlos respondió afirmativamente y, sin ocultar su sorpresa, preguntó con modestia si lo conocía.
—Personalmente, no —repuso Smith a su vez—. Pero solo al doctor De la Torre, de Cuba, reconocemos autoridad suficiente para corregir una clasificación como esta.




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