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Amelia Goyri, La Milagrosa . Entre lápidas y sepulturas, recorriendo los laberi

Amelia Goyri, La Milagrosa .

Entre lápidas y sepulturas, recorriendo los laberintos de piedra y canto del habanero cementerio de Colón de pronto tropezamos con una tumba florida. En sucesión frente a ella varias personas en silencio esperan, para despertar con tres aldabonazos a la que allí reposa y formular su petición antes de retirarse sin dar la espalda creyendo en el milagro.

Amelia Goyri y José Vicente Adot. Reposa en el sepulcro La Milagrosa quien en vida se nombrara Amelia Goyri y de la Hoz, acompañada de quien le profesó un intenso amor José Vicente Adot y Rabell. La profunda pasión que sintieron el uno por el otro les hizo entrar en la leyenda para que se siguieran eternamente amando en el corazón de los que la visitan.

Amelia nació el veinte y cuatro de enero de 1877 [1] y tuvo una feliz infancia en la capital habanera. Hija de familia acomodada vivió rodeada de lujos con su tía Inés Goyri y Adot en el palacio de los Marqueses de Balboa. En esta mansión construida en 1871 la niña vería convertirse en amor lo que hubo de comenzar, entre algarabías infantiles, como un juego con su primo segundo José Vicente Adot.

Al hacer público su amor hacia 1890 recibe Amelia la negativa de su familia, la cual se opone a esta relación a causa del humilde origen de José Vicente. Fue este período muy amargo en su vida pues fallece su madre Doña Magdalena de la Hoz y parte su amado a la Guerra de Independencia cuando esta estalla en 1895. Amelia se encuentra entonces en la disyuntiva de pertenecer a la clase social que representa al poder español en Cuba y contra la cual lucha el que se ha ido con su corazón a la manigua.

Terminada la contienda en agosto de 1898 regresa José Vicente con los grados de Capitán del Ejército Libertador, viene con la convicción de que nada se interpondrá entre sus dos almas. No ceja en el combate por la aceptación de su relación la cual se formaliza finalmente, celebrándose la tan deseada boda, fruto de amor y perseverancia en la parroquia de Jesús, María y José en fecha del veinte y cinco de julio de 1900.

El matrimonio elige hogar en la calle Romay de la barriada del Cerro, donde viven intensamente su pasión sin dudar que una vez mas, sin que se cumplieran los diez meses de matrimonio, el cruel destino se abatiría sobre su relación. Amelia gestaba y esperaban con impaciencia el nacimiento de una niña. ¡Sin aviso, se tronchan las esperanzas! con la brusca aparición de la temida enfermedad hipertensiva del embarazo, la cual todavía hoy, más de cien años después es una de las principales causas de muerte prenatal.

Sepulcro de Amelia Goyri y José Vicente Adot.
Sepulcro de Amelia Goyri y José Vicente Adot.
Llamado de urgencia a su cabecera, el doctor Eusebio Hernández Pérez patriota matancero y especialista en Obstetricia y Ginecología trata de salvar a la madre sin que le resulte posible a pesar de sus esfuerzos. Falleció Amelia Goyri y de Adot un triste tres de mayo de 1901 junto a la criatura que no alcanzó a mecer en sus brazos. José Vicente se sintió desesperado frente a esta nueva calamidad contra la cual no podría luchar. La muerte no devolvería a su querida Amelia ni a su hijita, la cual nunca vio la luz.

Decidió José Vicente dar sepultura a Amelia en una bóveda propiedad de su amigo Gaspar Betancourt y allí despidió a los dos amores de su vida. Ahora lo que sí nadie podría evitar sería que fuera a la tumba todos los días hasta el de su muerte. En ese mismo lugar se había enterrado a Doña María Teresa hermana queridísima de Amelia, fallecida apenas dos meses después debido a complicaciones en el parto, también con su hijito sin nacer ¡Cuánto dolor debió sentir José Vicente al casi revivir la agonía por la que acababa de pasar!

Visiblemente perturbado se refugió en sus recuerdos. Su Amelia nunca se marcharía, solamente dormía eternamente. Con la llegada de cada día la despertaba golpeando el mármol de la bóveda con la argolla que quedaba del lado de su corazón y a continuación se le podía ver conversando como si ella estuviera allí. Para él, estaban juntos otra vez.

Estatua de La Milagrosa, Cementerio de Colón, Habana.
Estatua de La Milagrosa, Cementerio de Colón, Habana.
Enterado de esta pasión decide José Vilalta Saavedra, escultor de renombre y autor de varias obras famosas en la estatuaria cubana, ofrecerle un monumento a la pareja. Inspirado en una foto de Amelia la representa de pie sostenida a una cruz, referencia al tres de mayo día de La Santa Cruz[2] y fecha en la que fallece. Carga a un infante, la cabeza reposando en el seno y casi adormecido por los latidos de ese corazón donde no caben más penas.

Instalado el conjunto escultórico hacia 1909 José Vicente adjunta otra señal de respeto a su diario ritual. Cuando se dispone a marcharse, todo vestido de negro poníase el sombrero sobre el pecho y daba la vuelta por detrás de la escultura, cuidando siempre de no darle la espalda pues decía que ¡A una dama no se le da la espalda y menos a mi amada Amelia! Todavía se respeta esta tradición pues en la actualidad los que visitan el sepulcro no dan a Amelia la espalda.

Hacia 1914 en ocasión de la muerte del padre de José Vicente se procede a la apertura del sepulcro, encontrándose según la tradición oral a Amelia intacta y con su hijita en brazos, tal como la representaba la estatua. El deseo de ver a Amelia por última vez formulado por José habíase cumplido.

El veinte y cuatro de enero de 1941 se cumplía un aniversario más del nacimiento de Amelia. Pidió una foto de su amada y apretándola contra su corazón se despidió de esta vida -que lo había hecho sufrir tanto- con las siguientes palabras «Ya puedo ir para siempre con mi amada Amelia». Quizás sintió el fiel José Vicente que su misión había terminado y podría al fin reunirse con su adorada.

Así, este amor se convirtió en leyenda y Amelia en La Milagrosa por la pasión de un hombre que ni frente a la muerte quiso renunciar a su amada. José Vicente fue a reposar junto a la que tantas veces le fue negado el amor, fue a compartir con ella la morada última donde nadie podría separar sus almas reunidas en la luz espiritual.

Siguieron apareciendo flores en la tumba y rumores de prodigios se esparcieron, dándole nacimiento al culto popular que aún perdura. Todos comenzaron a ver en ella a la protectora de la maternidad, de los niños y a la que ayuda para que obre el milagro de la concepción. Vieron también esperanza y fe hechas de puro amor. En su gran misericordia pedírsele auxilio se puede, para los necesitados.

Las notas de agradecimiento están por doquier sobre su tumba y eso nadie me lo dijo ni lo leí tampoco, lo ví yo mismo. Y si va usted allí solo le pediré que a Amelia, José y su hijita dirija su plegaria y ruegue, para que sus almas puedan amarse eternamente.




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