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12 PERSONAJES INOLVIDABLES Hurgando en los recuerdos más claros de mis primeros

12 PERSONAJES INOLVIDABLES

Hurgando en los recuerdos más claros de mis primeros años residiendo en La Habana, acuden a mi mente muchas imágenes con las que puedo reconstruir este pasado que, a veces, se nos presenta un poco borroso por la niebla de los años transcurridos, pero al repasar los hechos desde nuestra experiencia personal, descubrimos aristas que pueden resultar versiones o puntos de vista no tratados hasta el momento sin dejar de ser interesantes para las presentes generaciones.

Es decir, que durante mi juventud ocurrieron hechos que entonces para mí no tenían ninguna trascendencia porque formaban parte de una cotidianidad muy realista, sin embargo, en una reedición mental de ese pasado he descubierto, a veces, una frase digna de mención, no pocas curiosidades, situaciones hilarantes o hasta alguna moraleja, con la particularidad de que sus protagonistas, casi siempre, son personas humildes y sencillas, en fin, gente de pueblo.

Algunos como El Chori, un timbalero propietario de un modesto club nocturno en la Playa de Marianao que, armado de una tiza de yeso, hacía su propia publicidad estampando lo que parecía una suerte de firma personal en las paredes de cuanta esquina habanera recorriera con una reproducción tan exacta del diseño que costaba creer que fuera trazada a mano alzada.

Otro personaje digno de mención era Bigote Gato, un peninsular, asturiano, propietario y cantinero de lo que llamaríamos hoy un bar de tapas en la barriada de Luyanó que, buscando atraer la atención de parroquianos y darse a conocer en toda la ciudad, decidió cultivar un enorme bigote el cual empavesaba de gomina (antepasado del gel) para que sus puntas permanecieran firmes por fuera del ángulo de su rostro, además de lucir una melena, tocado con una chillona boina roja y conduciendo un Ford modelo T, más conocido como ¨fotingo¨ o ¨tres patadas¨ convertible de color rosado, equipado con toda suerte de artilugios para hacer ruidos que atrajeran las miradas hacia su improvisada carroza llena de letreros donde se anunciaban, además de la dirección, todas las bondades culinarias que se servían en el bar de su propiedad. Este personaje no perdía ninguna oportunidad de mostrarse públicamente y se las arreglaba para ser incluido en los paseos del carnaval, que en esta época se realizaban a todo lo largo del Paseo del Prado, así como en las Paradas (desfiles competitivos de bandas de música provenientes de distintas instituciones y algunas ciudades del país) donde se disfrutaban mucho las fantasías magistralmente ejecutadas por una tropa de bellísimas quinceañeras que precediendo a los músicos y al ritmo de tambores e instrumentos de viento madera y metal ejecutaban complicadas coreografías al tiempo que hacían girar rápidamente unas ligeras y brillantes batutas entre los dedos de las manos vistiendo uniformes muy vistosos y un tanto llamativos por lo cortas que resultaban las faldas (¡diez centímetros por encima de la rodilla!) cuando la norma que regía el largo de la falda era hasta la media pierna.

Realmente aquello era una gravísima transgresión de la moral y las buenas costumbres, pero se permitía solamente en aquellos desfiles por el contenido marcial y apologético de esos eventos que se realizaban para conmemorar fechas de carácter histórico.

El público, que se agrupaba a ambos lados del Paseo del Prado disfrutaba también de las interpretaciones de las bandas profesionales de los Estados Mayores del Ejército y la Marina, la de la Policía Nacional y el Cuerpo de Bomberos de la Ciudad, así como bandas invitadas de ciudades que cultivaban este género de formato instrumental seguidas de otras bandas integradas por estudiantes de escuelas de segunda enseñanza que con su entusiasmo juvenil y hábiles batuteras le aportaban mucho colorido a la Parada que tenía como colofón para el cierre una caravana de autos convertibles donde, por supuesto no podía faltar la consabida participación de Bigote Gato y su fotingo rosado que llegó a ser tan popular que hasta se le compuso una guaracha son, en su honor, interpretada por la Sonora Matancera en la voz del puertorriqueño Daniel Santos y por la orquesta de Antonio María Romeu, a ritmo de danzón en la voz de Barbarito Diez.

Y qué decir de Alfredo otro peninsular, cuya fama no fue más allá de sus predios, pero muy querido entre sus paisanos por las celebraciones dominicales que efectuaba en el bar de su propiedad, el Bar Alfredo, sito en el centro neurálgico de una bastante numerosa colonia española compuesta por mucha gente humilde, aunque también había algunos más exitosos que no se perdían aquellas veladas donde sonaban las gaitas, se bailaba la jota y a golpes de unas riquísimas empanadas, sidra y vino tinto, era como pasar una tarde en la madre patria.

Se cantaba en gallego y en asturiano (las comunidades más nutridas) y, sobre todo, reinaba la alegría por sobre aquellos nostálgicos aires como la gallega ¨Una noite na eira do trigo¨ o la asturiana ¨Debaxiu del molinu¨, pues como el himno nacional español no tiene letra, estas canciones tradicionales servían para evocar todo lo que representaba el terruño del que un día se alejaron, quizás con la promesa de regresar un día no muy lejano con dinero suficiente para casarse o, simplemente, acabar con las penurias de una familia que de tanto esperar se extinguiría, a veces totalmente.

Realmente el drama de la mayoría de estos inmigrantes era muy triste porque estoy hablando de personas cuyas edades oscilaban entre los cincuenta y los ochenta años. Hombres y mujeres fuertes y trabajadores que un día, ya lejano, arribaron a nuestra querida isla llenos de sueños que cada vez se les hacían más lejanos e irrealizables y al ver como se marchitaba su existencia decidieron, un poco tarde, recomponer sus vidas en la ínsula y dejar que la vida siguiera su curso, abandonando sus proyectos iniciales y formando parejas que, por razones obvias eran sin descendencia.

Muy pocos habían logrado materializar el sueño de regresar y cumplir sus promesas porque si bien había más oportunidades de trabajo en Cuba, la demanda mayor era para obreros calificados y sobre un buen número de ellos pesaba la sombra del analfabetismo y la ausencia de calificación laboral.

Pero como la vida sigue inexorablemente su curso, cada domingo Alfredo en su bar hacía sonar con más brío aquellas gaitas y panderetas entre refrigerios de empanadas, sidra y vino tinto anunciando a todos, la promesa de un mañana mejor pleno de prosperidad para esta laboriosa comunidad con quienes compartí más de una tarde de domingo.

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