La verdad sobre la muerte, QUE NO ASESINATO, de Antonio Guiteras Holmes y el venezolano Carlos Aponte Hernández en El Morrillo, Matanzas, Cuba, el 8 de mayo de 1935 por: L. Llodra Molina (Testigo presencial del hecho)
A las ocho de la mañana de aquel día 8 de mayo, llegué a la redacción de “Avance”, situada entonces en los bajos del Centro Asturiano de La Habana. Fui como siempre, el primer redactor del periódico en llegar… Era entonces jefe de la página política del periódico que, respondiendo a una tradición de Oscar Zayas, su director y copropietario, se denominaba “Teatro Político”. Ya me esperaban –lo que constituyó una sorpresa para mí- el fotógrafo Pablo Donato y el chaufeur del periódico, Armando Posse. Tenían una encomienda: salir con el primer redactor que llegara hacia Columbia, Cuartel General del Ejército y residencia también del coronel Fulgencio Batista y Zaldívar, Jefe de la Institución. La noticia no me fue agradable: redacto político, no sentía entusiasmo alguno por alejarme de mi sector informativo. Por teléfono me comuniqué con el director, pero sus órdenes fueron terminantes: debía no preocuparme de la página política y saldría hacia Columbia, poniéndome en contacto con el comandante Jaime Mariné, Jefe de los Ayudantes del Jefe del Ejército y su Secretario Particular.
Hacia Columbia partimos y nos entrevistamos con Mariné. Saldríamos hacia Matanzas con el coronel Galindez y otros oficiales del Ejército y uno de la Marina, nombrado Díaz Joglar: presenciaríamos la detención de Guiteras y haríamos la información para nuestro periódico, que tendría la exclusiva.
Un breve receso en Matanzas, durante el cual Galindez y los oficiales se entrevistaron, sin salir de sus autos, con unos oficiales del Ejército y la Marina, y seguimos hacia “El Morrillo”. Allí, según la confidencia confirmada, se encontraba el ex-Secretario de Gobernación y Jefe de la organización clandestina “Joven Cuba”, Antonio Guiteras, acompañado de algunos miembros de su grupo, entre los que se encontraban José Antonio Casariego (hermano masón de este redactor e hijo del venerable maestro de nuestra Madre-Logia, “Dos Ríos”, y ex-concejal del Ayuntamiento de La Habana, Federico Casariego y Landrove). También se encontraban un venezolano apellidado Aponte, dos damas: Conchita Valdivieso y Xiomara A’Halloran; y algún otro miembro de la “Joven Cuba”, cuyo nombre lamentamos no recordar. Digamos en la presentación de los allí refugiados, que Conchita Valdivieso era esposa de José Antonio Casariego.
Al llegar al “Morrillo” abandonamos las máquinas; nuevos oficiales se unieron a los que de La Habana habían salido, y se nos reunió el grupo de soldados que, con el Cabo Man al frente tenía a su cargo la detención material de Guiteras y sus acompañantes. Una breve conferencia y los soldados dirigidos por el cabo formaron un semicírculo y se dirigieron al fuerte. Nosotros quedamos con los oficiales un tanto a la retaguardia. Segundos después oímos la voz del cabo: “¡alto al Ejército!”. Inmediatamente, una ráfaga partió de la frondosa maleza, a la que respondió una cerrada descarga del pelotón militar. Gritos de rendición y una primera exclamación de un soldado: “¡Han matado al cabo!” A este grito se unieron otros de entre la maleza: “¡Han matado a Guiteras y a Aponte!” Una voz de una mujer, agregó llorosa: “¡También a José Antonio”! Los soldados y todos los que allí estábamos, abriéndonos paso entre la vegetación que, repetimos, era exuberante, llegamos junto al grupo de los soldados y rebeldes. No hubo una sola expresión de odios; militares y rebeldes lamentaban las muertes respectivamente afines.
Donato, nuestro fotógrafo, disparaba una y otra “plancha”“plancha” captando los muertos. Nosotros, preocupados, con quien era nuestro hermano masón, a quien, además, conocíamos de niño, nos dirigimos al grupo formado por las damas. Allí estaba José Antonio Casariego herido, no muerto.
Se ocuparon las armas, fueron detenidos los ilesos y se ordenó el traslado de éstos hacia el castillo de San Severino. Conchita y Xiomara no aceptaban que se las separase de José Antonio. Mismo temor tenia Casariego. Nos llamó a su lado: “No te separes de mi por si acaso…” La verdad es que no se veía la menor muestra de encono. Pedí permiso para retratar al herido y las mujeres detenidas, y con ellos me retrataron a mí. Con Donato, regresé a La Habana. Aquella tarde “Avance” brindó a sus lectores una amplia información directa con varias fotos.
Días después, volvimos a Matanzas, al castillo “San Severino”, como periodistas. Visitamos a los presos, tal como nuestra logia lo interesaba, por la situación de su hermano Casariego. Quería que éste conociera que su Madre-Logia no lo abandonaba. Entonces charlé largamente con él. Conocí con detalles todo ese proceso. Guiteras había conversado largamente con el comandante Galindez, con
quien le unía una buena amistad. Guiteras se consideraba bien oculto del Gobierno, pero la policía conocía su escondite y se aprestaba a detenerlo. Galindez se opuso y ofreció entrevistarse con él y convencerlo de que debía presentarse. Guiteras pidió unos días de tregua y se comunicó con su amigo
Pepillo del Cueto, nieto del eximio jurista y ex-catedrático de nuestra Universidad. De esa conversación salió el plan de fugarse al extranjero. Guiteras y sus amigos escaparían de la vigilancia policial y se dirigirían hacia “El Morrillo” que estaba totalmente abandonado y rodeado de malezas. Allí esperarían la llegada de Pepillo, en su yate, que los llevaría hacia Sur América. Pero el yate tuvo problemas en sus motores. Quedó descompuesto en el río Almendares. Mientras en “El Morrillo” conferencia Guiteras con sus afines matanceros. Se asaron puercos. Más de una vez, un Ford que les fue facilitado en Matanzas, fue a las tiendas de la ciudad a buscar comestibles, “ganchos de cabeza” y otros utensilios
para las mujeres. Las autoridades de Matanzas se interesaron por esos viajes y reuniones, y así se descubrió su existencia allí. Fue culpa de Aponte la muerte de Guiteras, nos dijo Casariego. “Nosotros supimos que se pretendía rodearnos, antes que los soldados nos vieran. Decidimos huir, pero Aponte, al sentir la orden del Ejército conminándonos a rendirnos, disparó la ametralladora que portaba, Man cayó abatido por esas balas y los soldados respondieron. Tiraron contra los matorrales, matando a Guiteras y Aponte, e hiriéndome a mí. No quisieron matarnos. Si lo hubieran querido, nada se oponía a ello”, nos agregó Casariego.
Pasó el tiempo. Los compañeros de Man hicieron en su tumba un modesto monumento que Eddy Chibás destrozó a mandarriazos al día siguiente de tomar posesión como Presidente Grau San Martín.
José Antonio Casariego fue electo Representante. Al vencerse su mandato, se dio un tiro con su propia pistola en el Hotel “Cárdenas” donde habitaba.
No hacemos juicio de Guiteras. Lo recordamos escribiendo a lápiz un Decreto ordenando la ocupación de la Compañía de Electricidad, en la terraza de Palacio, mientras una multitud clamaba por la medida.
Recordamos su incidente con la Tabacalera ordenando se extrajese de un barco, un tabaco que se exportaba a España. Al día siguiente, ante la protesta de la Embajada Española, el Presidente Grau ordenó su embarque. Cuando Guiteras se enteró, personalmente concurrió al muelle para ordenar su extracción del barco. Grau insistió en su orden y el tabaco salió hacia España pero se rompieron las
relaciones entre ambos hombres. Entonces nació “La Joven Cuba”.
Afirmamos la certeza de lo narrado, ya que ocasionalmente nos tocó a nosotros que no hacíamos reportajes policíacos ni militares, ser los únicos periodistas presentes en el debatido caso, torpe o maliciosamente tergiversado por quienes sólo pudieron conocer “la verdad” de oídas.