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18 LAS GIRAS DE LA TROPICAL Para un joven que, como yo, se veía obligado a hace

18 LAS GIRAS DE LA TROPICAL

Para un joven que, como yo, se veía obligado a hacer rigurosos ahorros en su precaria economía, era de esperarse que la recreación que podía proporcionarme a mis expensas estaba sujeta a estrictas medidas de austeridad.
Es cierto que mis compañeros de estudio me invitaban muy a menudo a celebraciones familiares donde llegaba a olvidar mi precaria situación mientras durara la fiesta, pero también no podía librarme de la sensación de que estaba trabajando porque la razón fundamental por la que me invitaban era para amenizar con el piano, ya fuera bailando o acompañando a algún talento aficionado de la familia, pero, en fin, aprendí a divertirme con la alegría de los demás aunque a veces me preguntaba por qué me reía si el chiste solo lo entendían ellos.
Así, con el agobio de una desacostumbrada carga docente, con poco acceso a las fuentes de información (estudiaba con libros prestados) a lo que se sumaba los no menos rigurosos estudios de Música y el trabajo en la cocina, me debatía haciendo malabares con el tiempo para cumplir con todo, llegué a ingerir antidepresivos para no dormir y aprovechar las horas de la madrugada para leer todo el arsenal de textos que debía estudiar. Recuerdo que tuve una novia (con entrada, que así le llamábamos a la autorización para visitarla) cuya madre me despidió por no soportar los atronadores ronquidos que yo, según sus propias palabras, – …profería inmisericordemente en su presencia- ya que al no dejarnos solos ni un instante, nuestra conversación se diluía y como no podíamos ¨pasar a mayores¨ el sueño me vencía y dormitaba como un lirón.
Después de todo experimenté cierto alivio al sentirme liberado de aquel compromiso porque aquel tiempo lo hice mucho más efectivo visitando la Academia de Baile propiedad de un interesante sujeto de apellido Savon que él mismo hacía su publicidad repartiendo tarjeticas por las calles más populosas de La Habana donde se anunciaban las delicias de, por solo diez centavos, adquirir un ticket para bailar acompañado de unas bellísimas y experimentadas modelos, algunas de las cuales hasta accedían a intimar después del baile por unos razonables honorarios y, de vez en cuando, algún que otro domingo estival visitar los deslumbrantes Jardines de la Tropical donde se podía bailar al son de magníficas orquestas y conocer otras muchachas más acordes a mi edad a las que podía invitar a tomar una cerveza fría, a pico de botella, para refrescar en los lapsos entre las piezas que con tanto entusiasmo interpretaban aquellas famosas orquestas después de abonar la friolera suma de cincuenta y nueve centavos por acceder a aquel verdadero paraíso ubicado en la margen del rio Almendares perteneciente a Puentes Grandes.
Aquellos populares bailes eran llamados Giras porque estos Jardines contaban con varios salones de baile con nombres como salones ¨ Mamoncillo¨ y ¨Ensueño además de otros como ¨Tropical¨, ¨La Cúpula¨, ¨Templo Indio¨ y en cada salón tocaba una orquesta diferente. Las giras consistían en bailar un poco con cada orquesta recorriendo todos los salones durante la tarde porque al obscurecer terminaba la gira y, como reza el adagio, -¨calabaza, calabaza…¨
Andando el tiempo y respondiendo a una demanda popular se construyó otro salón de baile en la margen opuesta del rio Almendares, aledaño al estadio de balompié de la propia fábrica de cerveza al que nombraron Salón Rosado donde se bailaba en horario nocturno hasta altas horas de la noche y, aunque se abarrotaba con personas de todas las edades y reinaba ambiente festivo, lo visité solo una vez y me sentí un poco aturdido por la multitud y la excesiva amplificación del audio que, en aquellas calurosas noches generaba una atmósfera atronadora que, para mi gusto, carecía de la poesía y la paz de aquella vista de la margen opuesta del río donde se conjugaban armoniosamente al frente un hermoso segmento del Bosque de La Habana con su profusa vegetación de plantas trepadoras que ascendían hasta las copas de los árboles, el río al centro y la verja de troncos que flanqueaba toda la ruta de la gira como balcones o miradores desde donde, se escuchaban las melodías que interpretaban las orquestas cual banda sonora para ilustrar musicalmente la majestuosidad del paisaje que se desplegaba ante nuestros ojos, haciendo de este un entorno ideal para parejas de enamorados.


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