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En *CUBA* existió toda una época de cuartetos, años 40, que de algún modo, fueron los responsables de crear el movimiento del jazz en la isla, aún manteniendo su influencia.

Por. Henry Puente.

Resultaría imposible, si se trata de hablar o conocer sobre la formación de cuartetos o el jazz en Cuba, no priorizar a Gilberto Valdés Zequeira, una figura clave en ambas cosas y también en la historia musical cubana, un ser apasionado que entregó su vida a lo que fue su obsesión ¡ La música !
Cuando en los años cuarenta los cuartetos vocales afroamericanos The Ink Spots y The Mills Brothers conseguían la aceptación no sólo por la comunidad negra, sino también por las audiencias blancas en su país, sus éxitos encontraban eco en unos adolescentes cubanos que les seguían sin perderles pie ni pisada en las emisoras radiales, la prensa y los discos que iban lanzando al mercado. Probablemente estos cubanitos no eran conscientes aún de que ambos cuartetos armónicos estaban sentando las bases que definirían el género que décadas después se conocería como rhythm and blues. Ni tampoco que, al imitarles, estarían también abriendo un camino en su propio país.
No eran ni remotamente artistas profesionales, eran estudiantes, cuyas familias podía decirse que gozaban de una situación económica holgada que los acercaba al ideal de la clase media. Por eso, cuando comienzan a cantar a voces en los ratos libres en que se sentaban en las afueras del Instituto del Vedado, donde estudiaban el bachillerato, lo hacen justamente como eso mismo, como unos muchachos que querían sólo divertirse, imitando a sus ídolos del Norte. Al menos, eso cuenta hoy, cuando ya disfruta de unos lucidísimos y activos noventa años, quien fuera su líder, el baterista, cantante, bailarín, jazz-fan, promotor cultural, traductor y profesor Gilberto Valdés Zequeira, al referirse a los amigos con los que emprendió la aventura de crear Los Cuban Pipers, uno de los primeros cuartetos vocales armónicos cubanos (Gilberto asegura que fue el primero aquí y en América Latina). Era también esta idea, la continuidad del ambiente musical que le rodeaba en su casa: a los diez años había estudiado solfeo al cuidado de su padrastro, para enfrentarse al añorado trombón, el primer instrumento que le llamó la atención, pero deja los estudios de este instrumento al segundo año, ante la negativa de su madre a que fuera músico. Con influencias tempranas provenientes de bandos divididos, en los años de su adolescencia Gilberto recibe por un lado, los aires de la música clásica que escuchaba su madre Emelina, mientras fabricaba sus afamados sombreros, y por otro, el contacto con el swing y la música norteamericana que le propiciaba a través de sus discos su tío Raúl, quien era nueve años mayor. Cuando cursa el bachillerato en el Pre-Universitario del Vedado, en la década de los cuarenta, tiene una muy activa vida cultural, y hasta se incorpora a una coral estudiantil que se organiza: “Regino Tellechea, Angel Antonio “Tony” Suárez Rocabruna y yo veníamos juntos desde la primaria, desde el primer grado en el Instituto Cuba. El padre de Tony era abogado y juez, fue presidente del Club Atenas, era una familia de clase media. Siempre estaba cantando algún número americano y Tony me hacía la segunda voz, y después, Tellechea se sumaba, y llegó un momento en que nos sentábamos en el parque a cantar y los demás estudiantes nos rodeaban para escucharnos. Todo lo que cantábamos era repertorio americano, en inglés. Se nos sumó Hermes Goicochea y seguimos los cuatro montando temas” – contaría Gilberto Valdés Zequeira.
En noviembre de 1947, recién inaugurado el edificio de CMQ y el cine-teatro Warner (luego Radiocentro y más tarde, Yara) a instancias de algunos amigos, deciden inscribir el cuarteto en el programa de participación La Corte Suprema del Arte, pensando sobre todo en que ganaríamos y tendríamos dinero propio para nuestras salidas de fin de semana. Como yo, personalmente era fanático del cuarteto vocal The Pied Pipers, se me ocurrió ponerle al cuarteto The Cuban Pipers. Con ese nombre nos presentamos. Germán Pinelli era el anfitrión del programa y nos dio tremenda refriega. Tuvimos a medio Instituto del Vedado que fueron a apoyarnos, así que estaba garantizado, por aplausos de público, que ganaríamos. En la final del mes, una semana después, ganamos cantando a capella el tema “The Woody Woodpecker Song”, que había sido un hit en 1940 interpretada por la banda de Glenn Miller y por The Andrew Sisters. Pero en diciembre se hacía la final del año, donde podríamos cantar con algún arreglo o acompañamiento musical. Entonces Virgilio “Yiyo” López nos armó un respaldo a piano y contrabajo, y cantamos “I don’t want to leave the Congo” (también conocida como “Civilization”), que cantaba entonces Danny Kaye. La competencia fue un domingo por la noche; el espectáculo comenzaba a las 9 de la noche donde se incluían artistas profesionales muy famosos ya, como Orlando Guerra «Cascarita», respaldados por la orquesta de la CMQ y en esa ocasión, el pianista era Pantaleón Pérez Prado. A nosotros nos acompañó Yiyo López en el piano, un bajista y un percusionista, y aunque no tuvimos “claque” del Instituto, ganamos el primer lugar entre los doce concursantes”, recuerda Gilberto. Y continúa: “Nos contrataron para trabajar en un programa patrocinado por la Coca-Cola los domingos la mediodía, donde estaba la orquesta Riverside. Ahí tuvimos que tomar en serio el montaje de repertorio, la búsqueda de un acompañamiento, pues nosotros solo cantábamos, no tocábamos instrumento alguno entonces.” Realizan spots comerciales para la CMQ, y se presentan en los espectáculos que el propio circuito CMQ organiza en el teatro Warner con el respaldo de la orquesta de Adolfo Guzmán.
Los Cuban Pipers (Gilberto Valdés Zequeira, Regino Tellechea, Tony Suárez Rocabruna, Hermes Goicochea, con Virgilio «Yiyo» López al piano) tuvieron una fugaz vida semi-profesional, pues como estudiantes debieron enfrentar la presión familiar para que dejaran la música y se dedicaran a otras carreras “más serias”. Esto ocurrió al final (Gilberto se hizo odontólogo, aunque no ejerció la profesión; y los demás se decantaron entre la medicina y la arquitectura), pero nunca ninguno dejó la música. Como saldo, Los Cuban Pipers retienen un lugar en la historia del jazz en Cuba, pues al decir de Leonardo Acosta, mostraron más elementos jazzísticos dentro de los variados cuartetos que compartían la escena musical por esos años de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta del siglo pasado. Esa línea afín al jazz continuó haciéndose más indeleble en estos muchachos, cultivada esencialmente en aquellas reuniones en la casa de la familia Suárez Rocabruna en la calle Lealtad, y que por muchos años se convirtió en una especie de foco musical, lugar de escucha de discos de jazz, de descargas y de socialización para los amantes y cultores del género, ya fueran cubanos o foráneos.
Gilberto seguiría con su obsesión por los cuartetos, más apegado al jazz en todas sus formas expresivas. Por razones políticas, en 1956 sobreviene el cierre de la Universidad de La Habana, donde estudiaban él y sus amigos. Estando en casa de uno de ellos, Ramiro de la Cuesta, quien también tenía las mismas inclinaciones musicales, comienzan a pensar qué harían durante todo el año en que, previsiblemente, el recinto universitario permanecería cerrado, plazo que luego se prolongó, y es ahí donde deciden comenzar un nuevo cuarteto: Regino Tellechea propone al carismático Rafael Brito, quien ya había trabajado con la orquesta de Fajardo, y piensan en el pianista Adolfo Pichardo. Ahora su referente inmediato sería el exitoso cuarteto afroamericano The Platters, de quienes toman temas para su repertorio. Así, Gilberto Valdés Zequeira, Regino Tellechea, Ramiro de la Cuesta y Rafael Felo Brito forman el nuevo cuarto y deciden nombrarse Los Cavaliers. “Fui a ver a César el dueño del club Las Vegas, quien era amante del jazz y de la música en general, y le pedí que me ayudara y nos dejara cantar allí aunque no nos pagara”- recuerda Gilberto, apuntando que Las Vegas, en las calles Infanta y 25, en El Vedado, era una buenísima vitrina, porque sabía que músicos, productores, directores, iban a parar a Las Vegas cuando terminaban los show en los clubes y cabarets de la zona. Ahí empezaron, cantando en el bar de aquel night-club. “Cuando llegamos nos topamos con Angelito Díaz, guitarra en ristre, recuerda Gilberto. A la semana de estar ahí, nos ve Popeye, un tipo que era una especie de promotor y nos pregunta si querríamos presentarnos en Sans Soucí, pues había un hueco, ya que el Cuarteto D’Aida iba para México y el director artístico le dijo que debía encontrar otro cuarteto que las sustituyera, si no, no les daba el permiso, pero hasta ese momento no habían encontrado nada que las sustituyera y que a Raúl le pareciera bien.”
Los Cavaliers no lo dudaron: se probaron en Sans Soucí. Elena Burke, Omara Portuondo, Moraima Secada y Haydeé Portuondo, las integrantes originales del Cuarteto D’Aida, los apoyaron durante los 45 minutos que duraría la tanda donde cantaron sólo temas norteamericanos, para luego recibir el veredicto de aprobación. Después el gran coreógrafo, productor y director Alberto Alonso, quien entonces dirigía espectáculos en el mítico cabaret habanero y triunfaba con su show “Del charleston al rock-and-roll”, decide incorporarlos al segundo show, en cartel que incluye, entre otros, al cantante Roberto Barceló. Los Cavaliers cuentan con la ayuda del guitarrista y compositor Juanito Márquez, quien les hace un par de arreglos que se suman a los que ya había hecho el propio Gilberto. En su edición de junio de 1957, la revista Show anticipa el anuncio de la presencia del nuevo cuarteto en el recién estrenado show de Alonso y ya en julio, al referirse al elenco artístico, señala: “El cuarteto Los Cavaliers, de nueva promoción, también merecía loas del público por su magnífico acoplamiento de voces.”
Llegan a La Habana la música y las noticias sobre el boom del cuarteto norteamericano The Four Freshmen, que llevan a Los Cavaliers a pensar en acompañarse ellos mismos: Tellechea se decide por el bajo; Ramiro de la Cuesta, el saxo tenor; Rafael Brito, por la guitarra y Gilberto, que ya había comenzado a estudiar y tocar la batería, bajo el reciente influjo de Lee Young, uno de los músicos de Sarah Vaughan. Para ellos fue importante coincidir con el paso por el escenario de Sans Soucí de grandes de la música norteamericana como Sarah Vaughan, Tony Benett, Johnny Matthis, Dorothy Dandridge, Billie Daniels, y otros, y apropiarse de experiencias e influencias, además del cabaret, Los Cavaliers se presentan en programas de radio y televisión, lo que ayuda a ampliar la difusión de sus propuestas.El cantante Radamés Díaz reemplaza a Regino Tellechea cuando éste decide iniciar su carrera en solitario, para convertirse según Leonardo Acosta en “uno de los mejores cantantes que ha dado el jazz cubano. Amplían el alcance de sus presentaciones y logran contar con la maestría de Adolfo Pichardo como pianista, actuando también en Tropicana, el Hotel Sevilla, el club Las Vegas y otros, y también en programas estelares de la televisión como Café Regalías, Casino de la Alegría y Jueves de Partagás
Los Cavaliers continúan la línea jazzística de sus predecesores The Cuban Pipers, pero a diferencia de éstos, Los Cavaliers logran transgredir los límites del repertorio norteamericano para insertar elementos de jazz en la creación y re-creación de temas cubanos y sobre todo, como músicos participantes en aquellas memorables y descargas filineras y como formación activa en el movimiento del feeling, al respaldar a algunos de sus más connotados cantantes solistas, aportando ese estilo vocal y rítmico propio del jazz que les caracterizaba.
Al ir tras la huella de Los Cavaliers en el feeling, descubro un disco raro y asombroso, grabado probablemente en la segunda mitad de los cincuenta: el LP “Sentimiento Cubano (Cuban Feeling)”, así, en español y en inglés (sello Ferrer)LP EF-650 que tiene a los cantantes Pepe Reyes y Olga Rivero como intérpretes de obras en su mayoría de autores filineros y excelentes arreglos y dirección de Andrés Hechavarría «Niño Rivera» y Enriqueta Almanza. Grabado en la década de los cincuenta, entre los músicos de sesión se encuentran nombres tan trascendentes como Alfredo Chocolate Armenteros en la trompeta; Emilio Peñalver en el clarinete; Raúl Ondina en la flauta; y la propia Enriqueta en el piano. Los Cavaliers intervienen en el bolero Realidad y Fantasía (César Portillo de la Luz y la guaracha Con tu pasa pará, de Eduardo Ferrer.
En 1957 Los Cavaliers participan en la grabación del long play “Reminiscencias”, del bolerista cubano Luis García, para el sello Panart, el cuarteto graba en 1960 junto al cantante Fernando Albuerne los temas Te me olvidas y Cachito, que serían también publicados en formato LP.
Cuando se crea el Club Cubano de Jazz, los miembros de Los Cavaliers participan activamente en los encuentros y descargas que se hacían en casas particulares, en matineés en Tropicana y también, y muy famosas, en el cabaret Bambú en la carretera de Rancho Boyeros, donde recuerda Leonardo Acosta, hubo una gran descarga en la que Los Cavaliers cantaron Don’t Blame Me acompañados por un grupo ocasional integrado por July Rojas, trompeta, Leonardo Acosta, saxo alto, Jorge Rojas, trombón, Pepe Herrera, piano, Gustavo Casal, contrabajo, un saxo alto de apellido Bastidas, entre otros. Poco después Tellechea entra como cantante en un cuarteto que forma el pianista Pedro Jústiz Peruchín, y que incluía a Armandito Zequeira como bajista y a Tibo Lee como baterista.
Aunque no grabó discos propios como intérprete principal, su accionar en night clubs y cabaret, así como en la radio y la televisión permite al cuarteto Los Cavaliers insertarse por derecho propio entre los nombres que marcaron el auge de los cuartetos en la década de los 50, junto a Los Llópiz, Los Bucaneros, Los Rufino, Los Armónicos de Felipe Dulzaides, el mítico Cuarteto D’Aida, entre otros, y que darían paso a otra etapa espléndida para estas formaciones vocales en los años 60. Pero su vida también sería breve. Regino Tellechea iniciaría una carrera como solista que le ganaría el calificativo del Nat King Cole cubano. Gilberto no abandona su obsesión por los cuartetos, pero esta vez no será un cuarteto vocal, sino un grupo a base de piano, bajo, saxofón y batería, en ciertas etapas con las voces de Maggie Prior y Mercy Hernán: Los Modernistas de Gilberto Valdés, también de vida breve, y que se presentarían en night clubes habaneros, como el Casino del Hotel Deauville.
A inicios de los sesenta, Gilberto está en París, nuevamente junto a su tío Raúl Zequeira, a cuyo grupo se incorpora haciendo presentaciones en varios países europeos, tocando lo mismo la batería, que la tumbadora o el bongó, apareciendo en un filme de Fellini junto al trompetista cubano Pepín Vaillant, reviviendo los ambientes cubanos en las noches parisinas, pero siempre ligado al jazz. Viaja por Europa integrando diversas formaciones musicales. Regresaría después a Cuba, donde se probaría de nuevo en los más disímiles ámbitos, sin dejar la batería, sin dejar de bailar jazz, sin dejar la música: defensor incansable del jazz en tiempos aciagos para el género; promotor y agente cultural que contribuyó a la presencia de muchos músicos cubanos en escenarios de numerosos países, traductor en las visitas de Dizzy Gillespie a la Isla. Siempre sin dejar de tocar en grupos ocasionales o temporales en los diferentes sitios que en la década de los sesenta y luego del cierre y reapartura de los cabarets en 1968, se mantuvieron como plazas posibles para el jazz.
Gilberto Valdés Zequeira es memoria viva y protagonista del camino de los cuartetos cubanos y de la escena del jazz en la Isla; del paso de muchísimos músicos de jazz por La Habana, con los que se relacionó como músico o como jazzfan: desde Cab Calloway a Sarah Vaughan; desde Nat King Cole hasta Dizzy Gillespie. Pero no vive solo recordando. Cuando pude hacer el trabajo de investigación, supe que lo rodeaban varios músicos amigos, con los que hablaba entusiasmado, estaba pensando armar otro grupo ¡ Un hombre admirable e incansable !…



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