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Muchos aseguran con firmeza, que fue Ernestina la verdadera compositora de:
«DAMISELA ENCANTADORA»
por amar a sin ser en verdad correspondida…..

Henry Puente.

Siempre, en forma subrepticia, arrastrado por los prejuicios de la época, que muchos de ellos aún continúan vigente, se ha dicho, que la autoría de la clásica y más que famosa canción «Damisela encantadora» pertenece a Ernestina Lecuona, y no a su hermano Ernesto, a quién se le achaca la bella composición, la cuál posteriormente sería inscrita como suya, en mutuo acuerdo con su querida hermana, fueron amores imposibles y ocultos los de Ernestina hacía Esther, a pesar que la prodigiosa DIVA, estaba al tanto y sabía de los sentimientos de la pianista hacía ella, manejó como una gran señora el hecho, con cautela, elegancia y enorme discreción, porque a fin de cuenta, el amor sinceró es válido y respetable bajo cualquier forma o categoría que se presente, y así vivió Ernestina su sueño de amor por Esther, con auténtica pasión.
La Habana nunca tuvo tanta calma como cuando Ernestina Lecuona levantaba la tapa negra del piano de cola familiar y se disponía a componer. Desde aquellos silencios rotos por el sonido de las teclas, aún los murmullos de la romántica ciudad se dejaban ver sin altisonancias ni algarabías.
Nacida en Matanzas, al igual que su hermano, la virtuosa joven preparó el camino y animó a Ernesto para colosales emprendimientos creativos. Porque fue el mismo autor de tanta melodía, un confeso seguidor de las ansias de Ernestina, hasta el punto de ser su más fiel confidente y cómplice en sus dolorosos sentimientos.
El Centro Asturiano de La Habana, el Conservatorio Municipal de Música y las clases de la connotada Madame Calderón, solo dieron forma a los talentos innatos de una mujer pacificada por cierto espíritu cancionero, sin otro fundamento que la inspiración.
Aparte de su ya mencionada «Damisela encantadora», amores y desamores no vividos en la intensidad de su obra, sino adquiridos por medio de no pocas musas, contribuyeron a que canciones como «Anhelo Besarte», «Ya que te vas», «¿Me odias?», «Jardín Azul», «Ahora que eres mía», «Cierra los Ojos» y «Junto al río» llegaran al repertorio de muchos solistas de su tiempo.
No obstante de su verdadera identidad y claros sentimientos, no le quedó de otra, y como muchas de esos tiempos, por aquello de quedar bien con la sociedad de su época, se casó muy joven, con el médico veterinario franco-holandés Juan Bautista Brouwer Etchecopar, de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad de La Habana, esté la ayudaría a crear hijos que vinieron a satisfacer, en parte, aquel infinito deber proclamado por Martí: “plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”.
En su caso, no serían libros, sino canciones, fantasías, criollas, guajiras, valses, danzones, himnos, sones, y sobre todo, boleros, y no sabemos si sembró alguna planta, aunque sí cosechó mucho éxito y legó raíces innegables para futuros follajes musicales.
Poco se habla del sacrificio, Elisa, Julieta, Ángel y Juan padre del afamado guitarrista y compositor Leo Brouwer, tuvieron una madre que aparcó su delirio por el piano para dedicarles ese insustituible e inaplazable tiempo de afectos.
Y allí quedó el instrumento, inmóvil durante algún tiempo, apoyando a Ernesto tanto en sus abatimientos como en sus bienestares. Cuando las manos de Ernestina se posaron otra vez sobre el piano, no hubo otra pausa que no fuera la muerte.
Programas de radio, escenarios teatrales de Cuba y Latinoamérica, giras exitosas, y el muy solicitado acompañamiento a grandes del patio y visitantes foráneos, dieron a sus dedos velocidad de ángel y tempo de flamboyanes y jardines floridos.
Dicen que Danza negra, así como los boleros «Mi vida es soñar» y «Anhelo besarte» fueron hechos especialmente por ella para su hermano Ernesto, pero pocos dijeron que de su devoción por el hermano salieron infinitos sacrificios y toda clase de protecciones, como la antes mencionada, ya que Ernesto la comprendía y adoró hasta su último aliento, fue Ernestina su mejor alentadora sentimental sin importar la estatura de sus propios fracasos, los silencios contenidos, las confidencias y los desánimos.
A pesar de todo lo contado, tuvo en Esther a una incondicional y gran amiga bajo cualquier circunstancia que se presentase, asimismo, a su más fiel defensora, desde 1932 una férrea amistad las unió hasta su muerte, textos como estos primaron en su hermosa relación….
“Sangre en mis venas es tú cariño, licor que embriaga mi corazón”….
Parte de la letra en «No lo dudes», una de las melodías que entregó la autora a la intérprete de manera muy especial.
Su casa, cumplidos los deberes maritales y maternales, fue un hervidero de aprendices, y su instrumento, dispuesto siempre, con afinación meticulosa y sonidos ancestrales. Así, hasta inicios de septiembre de 1951, en que se mudó al sitio donde dicen, no se sufre.
Su amado hermano menor, Ernesto, tan solo le sobrevivió escasos 12 años, y si bien nunca pudo sustituir aquella presencia infatigable, tampoco pudo desprenderse del piano, quizás pensando ver nuevamente las largas manos de Ernestina despertando luciérnagas, cocuyos, mariposas y flores del teclado….




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