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Víctor Manuel García.

Víctor Manuel García. Destacado pintor cubano que aunque fue discípulo de Romañach, su pintura se aleja desde el primer momento del academicismo del maestro, debido a las influencias vanguardistas que recibió, durante su estancia en Francia (1924-1927), en la llamada escuela de París. Sus principales obras, iniciadoras del arte cubano moderno, son Gitana Tropical (1929), Paisaje (1918), Paisaje gris (1927) y Vida interior (1932).

Nació en la Habana en 1897. Su vocación por la pintura se manifiesta muy tempranamente; así matrícula en 1910 en la Academia San Alejandro donde es discípulo de Leopoldo Romañach, y un año después es nombrado profesor de dibujo. Instala su primera exposición en Las Galerías, La Habana.

En 1925 las inquietudes por cambiar el sistema de la expresión artística en Cuba lo empujan a viajar por vez primera a Europa. Comienza a firmar Víctor Manuel durante su estancia en París, donde conoce las obras de los primitivos italianos y también las realizadas por impresionistas y postimpresionistas.

Víctor Manuel fue de los iniciadores de la pintura moderna en Cuba. A partir de su primer viaje a Paris 1927 y su contacto con el postimpresionismo, transforma su estilo que fragua ya de 1929 cuando pinta en esa ciudad [[[Gitana Tropical]] la cual devendría símbolo de todo su arte. El decía que las mulatas se parecían a las gitanas. El liderazgo indiscutible de esa revuelta contra el academicismo pertenece a Víctor Manuel (La Habana, 1897-1969), y junto a él, Carlos Enríquez (Las Villas,1900-1957), Eduardo Abela (San Antonio de los Baños, La Habana, 1891-1965) y Fidelio Ponce (Camagüey, 1895-1949), figuras todas representativas de lo que se le conoció como la primera vanguardia de la Plástica Cubana.

Regresa a Cuba; en febrero de 1927, organiza una muestra personal en la Asociación de Pintores y Escultores, que sorprende con la relativa modernidad de su concepción. En mayo se integra a la nómina de quienes exhiben en la Exposición de Arte Nuevo. Víctor Manuel se convierte en figura destacadísima del movimiento.

Viaja nuevamente a Europa en 1929, recorre España y Bélgica; reside en Francia. En París pinta su óleo "Gitana Tropical", ejemplo del nuevo lenguaje.

Cuando regresa a Cuba, su estilo está definido y también sus temas: retratos casi siempre femeninos y paisajes; todo enmarcado por un cierto postimpresionismo que va pasando de la austeridad cromática a las furias (fauves) de rojos y verdes que invaden sus obras de los años 1940.

Organiza exposiciones personales en la Universidad de La Habana(1945); la Asociación de Reporters (1951) y la Galería Lex (1956). Expone frecuentemente en los Salones Nacionales, y finalmente en 1959 se organiza una exposición retrospectiva de su obra.

Muere en La Habana en 1969 a sus 72 años de edad, después de haber legado una rica imagen modernista de la pintura cubana.

El pintor Víctor Manuel García refleja en su obra, rostros y paisajes que son sumergidos en la gracia de la atemporalidad, para fijar mejor sus cualidades arquetípicas. Ese desafío al fluir de las épocas, otorgó a sus creaciones una verdadera inocencia y una singularidad estilística que no es fácil de clasificar. Devolvió otra Cuba, que no es la de Romañach o Valderrama: allí están las mestizas, las construcciones coloniales, la luz que lo devora todo, pero tamizadas por una sensibilidad que tiene algo de infantil, y detenidas en un instante privilegiado para que el tiempo no las deshaga.

Era esencialmente un bohemio para quien la cultura tenía más que ver con sus diálogos inacabables en el café La lluvia de oro de la calle Obispo o con sus paseos por la Plaza de la Catedral, rumbo a su casa taller, en la planta alta del antiguo Palacio de los Marqueses de Aguas Claras.

Nunca tuvo demasiado interés en la labor de los críticos, ni creía mucho en la posibilidad de los escritores de traducir en palabras sus creaciones. Quizá estaba convencido de que su obra no partía de una apoyatura literaria ni pretendía generarla, sin embargo, han sido numerosos los escritores que se han aproximado con renovado interés a su quehacer. Uno de los primeros en hacerlo fue el crítico Guy Pérez Cisneros.

En 1937 este organizó en la Universidad de La Habana una exposición colectiva de ocho pintores vinculados al “arte nuevo”; su propósito era sensibilizar a profesores y estudiantes con un arte preterido y marginado y en su presentación, poco después publicada en la revista Verbum, ofrecía un irónico retrato – moral y estético- de cada uno de los artistas, en el que se valía de la figura retórica del sarcasmo para provocar a sus oyentes. El pasaje dedicado a Víctor Manuel no hizo exactamente la felicidad de este:

"Víctor Manuel, el único artista cubano que ha tratado de crear a la vez un estilo y una escuela, pero su estilo degeneró en una repetición de las escasas soluciones halladas y los discípulos de su escuela, desmoralizados, le dieron a esta un contenido de doctrinas incomprensibles y caóticas. Víctor Manuel realiza desde luego lo que quiere, pero lo que quiere ahora, a pesar de sus afirmaciones en parques y exposiciones, carece de trascendencia histórica."
Guy dicta en la propia universidad una conferencia llamada: Víctor Manuel y la pintura cubana contemporánea, casi un lustro después, pues en ella si bien se elogia su búsqueda absoluta de la belleza, se le acusa de una inmovilidad en cierta medida esterilizante:

"Con su concepto algo finisecular de la belleza – arte por arte, pintura pura – Víctor Manuel cree vivir por el arte, sin sospechar que no se vive verdaderamente por el arte sino cuando se vive por otra cosa. Esto lo conduce a la obra digna y sólida como un teorema; a la obra inmóvil y eterna, nunca vieja, nunca decrépita, pero tampoco nunca joven, nunca excesiva, nunca capaz de morir."
Mucho más cómplice, José Lezama Lima, uno de los contertulios del pintor en el café de Obispo o en los bancos del Paseo del Prado, le dedicó desde su juventud, varios textos, siempre forjados con su peculiarísima manera de hacer exégesis de los textos plásticos.

Al redactar en 1937, “Víctor Manuel y la prisión de los arquetipos”, no ve en este artista a uno de los precursores de la vanguardia pictórica en la Isla, ni la marcada influencia en él de Gauguin, no se detiene siquiera a destacar sus creaciones más meritorias, su hallazgo es la manera de relacionar al pintor con el tiempo para hallar un arquetipo, un equilibrio antes no logrado que favorece el atrapar el rostro de lo insular:

"El tiempo cuartea, entra y sale en la tela como un platelminto nutrido con las cintas de escribir, de la diversidad. Por una deliciosa y severa paradoja, Víctor Manuel llegaba por razones pascalianas a su mundo aporético, donde la hoja cae sobre la tortuga, donde la lanza se astilla al subdividir la potencia naciente y el movimiento puro, estatua discursiva en el tiempo. Retrato cartografiado, limitado, recordado. Sin venir del sueño, va a su claridad del sueño con luz. Luz fija, movimiento inmemorial sin resacas.
Una pintura enemiga del fluir incluidor. Se nutre de sus márgenes, de los arquetipos expelidos por su ley central, refugiado en la grata pureza de lo espacial pictórico."
En “Pequeña oda a Víctor Manuel García”, poema de juventud muy marcado por el lenguaje surrealista de la “Oda a Salvador Dalí”, de Federico García Lorca, Lezama tiene una excepcional intuición al descubrir que “las líneas / van cobrando, distinción en ardid, imantados perfiles”, es decir, que el contorno del texto plástico gana una irradiación, un convertirse en otra cosa.
Cerca ya del final de su vida, Lezama, al escribir el poema “Nuevo encuentro con Víctor Manuel”, incluido en su libro póstumo Fragmentos a su imán, insistirá todavía en la ganancia de lo arquetípico en su obra; el pintor es visto en el texto como un sabio del período socrático y a la vez como un cristiano: “había recibido una gracia/ y devolvía una caridad”, de allí emana su relación con la luz, que no está concebida solo como un problema artístico, sino en una dimensión ontológica con implicaciones éticas y místicas:

"La gracia de la luz
era en él perennidad de sus instantes:
un rostro, un río, un balcón, un árbol.
Se asomaba para ver
y veía siempre una interminable fluencia,
pero no traicionó nunca las posibilidades de la mirada.
Por eso, su plástica ha podido volver a los orígenes, su pintura revela, a través de lo accidental, las esencias últimas:
Ligero y grave como la respiración,
nos enseñó en su pintura, que la esencia de los arquetipos platónicos
está en la segregación del caracol:
chupa tierra y suelta hilo.
Nos dijo de nuevo
cómo un rostro era el rostro y los rostros,
cómo el árbol de Adonai
era el bosque de Oberón,
cómo un parque era también el origen
del mundo y el nacimiento del hombre.

Resulta llamativo que esta misma atmósfera creada por los cuadros del pintor, sea intuida también por una escritora cuyo pensamiento es muy diferente del de Lezama: Graziella Pogolotti. Esta, en el artículo “Víctor Manuel en los umbrales de un mundo amigo” si bien descubre en el pintor una “sed de pureza” que lo acerca a Van Gogh y Cézanne, niega la presencia en él de toda preocupación transcendentalista o metafísica, sin embargo, encuentra detrás de su atmósfera idílica algo “inexplicablemente irreal”. A propósito de su conocidísima tela Vista de una calle (1936) — colección del Museo Nacional — señala:

"Reducir la obra de Víctor Manuel a una visión bucólica del mundo, equivaldría a simplificarla en extremo. A veces sus paisajes adquieren tonos sombríos. Los azules juegan con grises, se vuelven amenazantes. Una silueta se desliza por una calle siempre silenciosa A la vuelta de una esquina asoma el perfil blanco de un cuadrúpedo indeterminado. Chagall lo hubiera puesto a volar. Pero la magia de Víctor Manuel nace, precisamente de la escena banal que sobrepasa el costumbrismo, y que resulta en su silencio, en su contención, inexplicablemente irreal."

El díscolo creador deja también huellas visibles en los versos de Fina García Marruz. Él estaba unido estrechamente a sus recuerdos de juventud y especialmente al entorno de la calle Neptuno donde ella residía y se reunían los amigos que harían Clavileño antes de entrar en la obra mayor de Orígenes:

"Verás el regresar dichoso y el
oscuro de aquel tiempo: el tranvía,
la acera, el rostro de Víctor Manuel."
Tan familiar le resulta la poética de este, que puede hallar en una pintura suya la identidad con una época.

En “Casa de Lezama”, texto escrito en 1984, después de visitar la residencia, ya vacía, tras la muerte del poeta, la autora de Habana del Centro se pregunta por tantos objetos familiares que ahora están dispersos, entre ellos un cuadro:

"Las muchachas aquellas de la sombrilla malva
en un parque como de Víctor, que yo pensaba siempre
que podíamos ser mi hermana y yo cuando
“el balcón de Neptuno” ¿de veras, arrumbadas,
en otro sitio están?”
No se trata aquí del hecho de que el artista pudiera inspirarse en las hermanas para crear su lienzo, sino en la familiaridad de la mirada que acerca al pintor y a la poetisa en su manera de fijar un ambiente, una época. Si Lezama parece insistir en los méritos de Víctor Manuel como fijador de arquetipos, de rostros de lo cubano, Fina prefiere asociarlo con el color – tal vez sería preferible decir el sabor – de lo familiar.

A su vez, Cintio Vitier coloca un innominado cuadro del artista dentro del entorno de Versos de la nueva casa: El cuadro que pintó Víctor, sobre el piano lo pusimos”. Su mirada repasa, amorosa, esa superficie, la contempla con una fruición casi infantil y va desgranando los dísticos:

"Un cuadro con cielo tinto
y faroles amarillos.
Un cuadro con edificios
tan tiernos y desvaídos.
Un cuadro con arbolillos
por aceras de cariño.
Un cuadro con pobrecitos
muchachos, habanerísimos."

El escritor, al detallar el “adentro” de la pintura, acaba fundiéndola con el “exterior” en que reside, de modo que, a través de una especie de torbellino, se confunden la realidad artística y la inmediata y ya el cuadro no está en la pared de la casa, sino que son sus habitantes los que residen dentro de él:"La ciudad que pintó Víctor. El cuadro en que ya vivimos.”

Cierra esta muestra, Nicolás Guillén. En uno de los libros de madurez del poeta: La rueda dentada (1972), en su segunda sección -“Salón Independiente”- dedica textos a cinco figuras paradigmáticas de la plástica cubana: Eduardo Abela, Fidelio Ponce, Amelia Peláez, Carlos Enríquez y el propio Víctor Manuel. Angel Augier ha dicho de estos poemas:

"nadie mejor que Nicolás Guillén para expresar líricamente la personalidad plástica de estos cinco maestros de la cultura cubana, en primer lugar por el acento nacional de su poesía, y además, porque tuvo el privilegio de ser testigo cercano de la peripecia vital y la hazaña creadora de los cinco grandes pintores”.
El autor principeño redacta nada menos que un adiós al artista, a partir de dos elementos: “Un sinsonte de papel y un angelón amarillo” conjugados bajo la forma de un ritornelo. Es un modo de procurar asumir la capacidad del creador plástico para forjar todo un orbe a partir de un mínimo de motivos y a la vez de homenajear su modestia y simplicidad. A lo largo de cinco estrofas, la música va llenándose de un tono elegíaco suave y persistente, como una especie de canto trovadoresco en memoria de uno de los hombres que dio luz y sabor singulares a La Habana y a Cuba toda:

"Con un ángel amarillo
y un sinsonte de papel,
pasa envuelto en suave brillo
Víctor Manuel.
Entre un ángel amarillo
y un sinsonte de papel
yace envuelto en suave brillo
Víctor Manuel."

Se produce un enfrentamiento entre lo moderno y lo considerado moderno, a principios del siglo XX, los artistas no tenían claro, en ese entonces, donde dirigir su rumbo y muchos lo perdieron sin duda. En Cuba el problema se agranda con la pelea entre los modernistas y los nacionalistas.

Alejo Carpentier resume el conflicto diciendo que lo importante es ser ambas cosas al mismo tiempo, nacionalista y vanguardista. Algo difícil si se entiende por nacionalista el culto a la tradición y su contraparte vanguardista como un enfrentamiento justamente a esa tradición.

Los jóvenes artistas cubanos de hace un siglo, entendieron que la tradición estilística estaba hecha solo para validar un racismo hacia las minorías étnicas, entiéndase los indios.
El Modernismo creativo, en tiempos del dictador Gerardo Machado, sirvió para refrescar el ambiente cultural, fue una herramienta para romper con el Clasicismo como fue, a su vez, la mejor forma de integrar diferentes etnias bajo un mismo techo.

El techo de la creatividad y el talento. Pintores como Eduardo Abela, Carlos Enríquez o Marcelo Pogolotti fueron algunos de estos “rebeldes” precursores junto al mejor de todos: Víctor Manuel García.

Las obras de Víctor Manuel García presentan un pintor consumado, un hombre que saca ventaja de diferentes técnicas y pintores para lograr un estilo propio.
Su obra se asocia mucho con la de Paul Gauguin, pero su mayor influencia es Marc Chagall, de ahí saca toda la estructura y temática de su pintura. Su obra más aplaudida es "La Gitana Tropical", en "Dos Mujeres" y "Paisaje" se ve la unión de lo indio con lo europeo. En los ojos mestizos la fuerza de una Raza y la elegancia y aplomo en su pose. Se observa lo bello de unos seres viviendo en su tierra.

En Montparnasse, 1925, aconsejado por algunos amigos franceses decide quitar su apellido en la firma de su obra dejando sólo Víctor Manuel, hoy este hecho lo tiende a confundir con el cantante español del mismo nombre. Víctor Manuel jugó toda su vida con su nombre, incluso en ocasiones utilizó un seudónimo.





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