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Un cubano en el polo ¿Qué les parece si les digo ahora que no hubo que esperar

Un cubano en el polo
¿Qué les parece si les digo ahora que no hubo que esperar al siglo XX para que un cubano llegara al Polo Norte? Pues sí. Un santiaguero llegó a esa zona en 1881. Su nombre: Joaquín Castillo Duany. El mismo en quien está usted pensando. Médico y general de brigada del Ejército Libertador, cuyo nombre lleva el hospital militar de Santiago de Cuba.
En julio de 1878 el sueco Nordenskjöld zarpó de Noruega en el buque Vega para bojear el Ártico por las vías del noreste. Pero en septiembre el barco quedó atrapado por los hielos y permaneció inmóvil hasta julio del 79, cuando los mismos hielos lo liberaron. Como se ignoraba el destino de su tripulación, el vapor Jeannette salió a buscar a los supuestos náufragos del Vega, y su capitán, una vez que supo de la buena suerte de Nordenskjöld y sus compañeros, decidió irse más al norte que el marino sueco y hacer el viaje polar en sentido contrario. También quedó el Jeannette a merced de los hielos y las corrientes lo arrastraron hasta la zona de congelación permanente. Allí estuvo unos 21 meses hasta que, comprimido, se hundió a 150 millas del delta del río Lena, al norte de la Siberia rusa. Sin noticias del Jeannette, pero pensando en lo peor, el Senado norteamericano aprobó un crédito para que cuatro expediciones fueran en su búsqueda.
Uno de esos cuatro buques de rescate, el Rodgers, partió de San Francisco de California, el 16 de junio de 1881. En ese barco se había enrolado de manera voluntaria el santiaguero Castillo Duany, graduado el año anterior como médico cirujano en la universidad de Pennsylvania y médico de la Marina de Guerra norteamericana.
Los tripulantes del Rodgers no encontraron indicio alguno del Jeannette. Tras rastrear el norte de Alaska pusieron rumbo oeste, a la Siberia. Cerca del delta del Lena, una explosión accidental provocó el incendio de la embarcación, y sus 35 tripulantes quedaron a la deriva en el inhóspito territorio polar ruso. Solo entonces supieron que los hombres que intentaban rescatar habían muerto, en su mayoría congelados.
No mejor la pasarían los del Rodgers. Casi todos murieron víctimas del frío, el hambre y el escorbuto. Castillo Duany resistió todas las adversidades y tuvo ánimo suficiente para hacer una serie de apuntes que publicaría luego en su libro Los hábitos y la higiene de los esquimales. Con dos compañeros, atravesó la Siberia rusa, llegó a la península de Kamchatka, cruzó el estrecho de Behring y arribó al poblado de Sitka, en Alaska. Desde allí se trasladó a San Francisco, donde lo recibieron como a un héroe y lo colmaron de honores.
Pasó el tiempo. En Santiago, en julio de 1890, Castillo ofreció un banquete en homenaje a Maceo, de paso por la ciudad, y selló su compromiso con la independencia. Posteriormente, en Nueva York, trabó contacto con Martí. En el 95 combatió bajo las órdenes de José Maceo y tras el combate de Peralejo, el general Antonio lo incorporó a su Estado Mayor. En el mismo año fue ascendido a general y se le nombró jefe superior de Sanidad del Ejército Libertador. Viajó al exterior por órdenes de Maceo. Fue subdelegado del Partido Revolucionario Cubano y asesor de su Departamento de Expediciones. Su capacidad y pericia para organizar estas fueron extraordinarias. Entró y salió de Cuba varias veces. Junto a su hermano Demetrio, aseguró el desembarco de las tropas norteamericanas en Daiquirí y garantizó el ataque a Siboney y la toma de San Juan. Enfermo y quebrantado, marchó a París. Allí murió el 20 de noviembre de 1902.




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