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Salvador Cisneros Betancourt, Fue Marqués de Santa Lucía, llegó a ser presidente

Salvador Cisneros Betancourt, Fue Marqués de Santa Lucía, llegó a ser presidente de la República de Cuba en Armas de 1873 a 1875. Nació en Puerto Príncipe (Camagüey) en el año 1828 en el seno de una familia noble y acaudalada. Fue partidario de la independencia de Cuba, formaba parte de la Sociedad Libertadora creada en Camagüey para arreglar los preparativos para la revolución. Al estallar la Guerra de los Diez Años, otorgó la libertad a sus esclavos y puso sus bienes al servicio de la independencia cubana.

De procedencia aristocrática los marqueses de Santa Lucía eran una de las familias más ricas de la Isla de Cuba propietarios de una enorme dotación de esclavos y grandes propietarios de tierras e ingenios azucareros. estudió de niño en Filadelfia, Estados Unidos y allí se graduó de ingeniero civil, alejado de su familia durante varios años recibió muchos conocimientos sobre diversos temas que inflamaban los jóvenes del siglo XlX, se nutrió de democracia y de derecho. Al cabo de ese tiempo regresó a Camagüey.
Una vez en su provincia natal fue electo Alcalde, cargo que desempeñó con mucho beneplácito. Realizó y apoyó muchas obras, ya fueran caritativas, humanitarias u otro tipo. Según cuentan vertía el bien a manos llenas. En su juventud sufrió mucho por la opresión que resistía su Patria. Por esta causa participó en una Junta Revolucionaria compuesta principalmente por Manuel Ramón Silva, Carlos Varona Torres, por él y otras prestigiosas personalidades.

Organizó en Camagüey la logia masónica Tínima a la que se unieron muchas personalidades como Eduardo Arteaga y otros que sentían la necesidad de conspirar contra la metrópoli española. Fue elegido en una comisión formada para secundar al oriente de Cuba que se había manifestado por sus anhelos de libertad. junto a Carlos Varona a conferenciar con los comisionados orientales para ponerse de acuerdo en el tema del movimiento armado que se venía gestando. No quedaron de acuerdo sobre el alzamiento armado, por esto se reunieron nuevamente, en San Miguel, con Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo Osorio y Pedro Figueredo. En esta quedó como acuerdo el aplazamiento del movimiento para el año 1869.

Al enterarse del alzamiento del 10 de octubre de 1868 viaja desde La Habana a Camagüey y al llegar da órdenes de seguir el ejemplo de los orientales. Bouza el día 4 de noviembre cumple con las órdenes alzándose en armas, y el 9 de ese mismo mes, abandona la ciudad, para dirigirse a Sibanicú, seguido de muchos hombres. Es nombrado Presidente del Comité del Centro y más tarde es nombrado Presidente de la Cámara de Representantes, cuando se proclama en Guáimaro la República de Cuba.

Cuando la Cámara se reunió, en sesión extraordinaria, el día ocho de febrero de 1878, para tratar la paz que se proponía bajo la bandera de España, protestó enérgicamente, con palabras que serán siempre prenda de magnífica grandeza y firme resolución. Pero a pesar de su protesta llegó el pacto del Zanjón que dio fin a la guerra de los Diez Años. En todos los combates dio pruebas de su valor.

Desde la mencionada Asamblea y luego desde su escaño del Senado para el que fuera reelecto por su provincia natal hasta su muerte —sin haberse afiliado a ningún partido político—, se enfrentó primero a la aprobación de la Enmienda Platt y luego puso todo su empeño en lograr su derogación y en proclamar la ilegitimidad de todas las decisiones que pudieran emanar de ella, como hizo en los debates alrededor del Tratado de Reciprocidad Comercial al considerarlo impositivo o en las discusiones relacionadas con el arrendamiento de terrenos para la construcción de bases navales norteamericanas. En este caso, consta en el Diario de Sesiones del Senado que Cisneros declaró haber dicho que no, porque “he sido, soy y seré siempre antiplattista, y, por consiguiente, no aceptaré cosa alguna que perjudique a Cuba. Creo que las carboneras perjudican grandemente a la República de Cuba, y que son, además, inconstitucionales.”

Tras la muerte de Máximo Gómez en 1905, quedaba el Marqués, ya con 77 años como “el último gigante de la selva colosal derribada, árbol tras árbol, por la muerte irresistible y traidora” —dicho con palabras de Manuel Sanguily—.Así debió verlo el pueblo cubano, que lo apreció erguido, a veces solo, contra la corrupción administrativa, los negocios turbios, las componendas electorales, la continuada injerencia norteamericana.

Su voz se levantó también en defensa de sus antiguos compañeros de armas, del derecho al pago de sus pensiones que consideraba “una deuda sagrada” de la República. También reclamó apoyo para el regreso a la patria de familias cubanas que habían emigrado cuando la lucha contra el colonialismo español. En lo personal cedió con ese objetivo decenas de caballerías de tierras de su antiguo vínculo de Santa Lucía, además de solares en el poblado de Minas para que vecinos de bajos ingresos pudieran construir sus hogares. Y finalmente en su testamento declaró como herederos de sus bienes al Consejo Nacional de Veteranos para que fueran utilizados en obras de educación

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