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NUEVA FORMA DE CENSURA

Agotada, o al menos reducida aquella “ofensiva revolucionaria” que quiso convertir a Martí en un precursor del marxismo-leninismo, ante el fracaso de la torpe falsificación que llevó a tantos disparates, los esbirros a cargo de la cultura en Cuba parecen haber decidido una nueva estrategia para limitar el alcance de Martí y preferir en su estudio las más inofensivas trivialidades, y diluir lo que más les molesta de su doctrina en torrentes de palabras sin contenido ideológico.

Habían pasado los tiempos de aquella afirmación de Marinello en la que, escondiendo lo dicho años antes por él, de que Martí había sido “un gran fracasado”, y que lo correcto era “dar la espalda de una vez a sus doctrinas” ya que sus ideas no podían “servir más que como trampolín de oportunistas”, escribió en el “Prólogo” de las Obras Completas, en 1963: “La postura martiana empalma con toda transformación igualitaria y es un antecedente poderoso y legítimo de nuestra etapa socialista”. Habían pasado los tiempos en que José Antonio Portuondo afirmaba que Martí y Lenin coincidían “en la organización celular” del Partido Revolucionario Cubano y del Partido Comunista, en el llamado “centralismo democrático” que excluía el multipartidismo. Habían pasado los tiempos en que Fidel Castro afirmaba que las relaciones entre Martí y Carlos Baliño (antes de que se descubriera que entonces Baliño era un fervoroso anarquista) simbolizaba “la conexión directa entre el Partido Revolucionario Cubano, de Martí, y el primer Partido Comunista de Cuba”. Habían pasado los tiempos en que Armando Hart, como Ministro de Educación, le impuso al Centro de Estudios Martianos la tarea de “exponer, con información y datos concretos, los lazos que unen el movimiento democrático revolucionario del Maestro con el ideario socialista de Marx, Engels y Lenin”. Habían pasado los tiempos en que Roberto Fernández Retamar, con un poeta ucraniano, llegó a imaginar a Martí cargando en el hombro a Fidel Castro como si fuera “Ismaelillo”. Habían pasado los tiempos en que Cintio Vitier veía en el “julio y enero” de Martí, de sus Versos Sencillos, el anuncio del 26 de julio, del ataque al Cuartel Moncada, y del primero de enero de 1959, del triunfo de la revolución. Habían pasado los tiempos en que los marxistas de Cuba, ante el colapso del comunismo, en 1992 se vieron obligados a incluir en la Constitución de 1976 el nombre de Martí: donde antes citaban sólo a Marx y a Engels, y afirmaban estar “guiados por la doctrina victoriosa del marxismo-leninismo”, después dijeron “estar guiados por el ideario de José Martí”; y en el Artículo Quinto, donde decían que el Partido Comunista era nada más ni menos, que “marxista-leninista” lo cambiaron para que dijera que era “martiano y marxista-leninista”. Habían pasado los tiempos, en fin, de esas mentiras, falsificaciones y torpezas, y de otras semejantes, con sus correspondientes fracasos, y entraron en la etapa actual de trivialidades y diluciones para dejar del mensaje de Martí sólo lo que menos perjudica sus intereses, o esconderlo.

La falta de honradez intelectual llega en el autor de este Diccionario del pensamiento martiano a extremos de difícil disculpa. Como de Martí lo que prefieren hoy los que gobiernan en Cuba es su postura antiimperialista, también para así esconder las ideas de Martí sobre la libertad, la justicia, la política, los derechos humanos, entre otras vertientes de su doctrina, desde la “Introducción” de su libro dice Valdés Galárraga:

De particular interés resultan las casi 300 citas acerca de los Estados Unidos, además de las contenidas en el epígrafe “Imperialismo”, por cuanto estas revelan el profundo conocimiento que tenía Martí de ese país; pero, además, son una muestra fehaciente del valor, civismo e imparcialidad mostrados por nuestro Apóstol, incluso dentro del ámbito del país que le servía de exilio, y acechado siempre por los servicios de inteligencia, tanto norteamericanos como españoles. Las críticas de toda índole, señaladas con nombres y apellidos, demuestran una valentía poco común para un periodista de aquella época.

Es además de una maldad y una tontería decir que Martí en los Estados Unidos estaba “acechado siempre por los servicios de inteligencia”, como si hubiera estado viviendo en la Cuba de hoy, vigilado por agentes del Ministerio del Interior. Por poco ilustrada que sea una persona sabe que esa afirmación sobre los Estados Unidos a fines del siglo XIX es una mentira y un disparate, por lo que no merece comentario. Pero sí conviene presentar aquí una muestra del deshonesto proceder del compilador de este Diccionario. En su deseo de resaltar siempre que fuera posible lo peor de los Estados Unidos, y de presentar a Martí más que nada como el censor de las miserias del país, ocultando su aprobación de lo que allí encontró digno de elogio, usa las “mutilaciones” y “omisiones” mismas que en su “Prólogo” había condenado. En lo que sigue se verá la poca “fidelidad” con que llega a presentar materiales de Martí.

Se trata de su manejo de una de las más bellas y extensas crónicas de Martí sobre las elecciones en los Estados Unidos. Son las que se celebraron en 1884, en las que fue derrotado el candidato del gobierno, ganando la presidencia el candidato de la oposición, Grover Cleveland. Hacía 25 años que el Partido Republicano estaba en el poder, y Martí, que no simpatizaba con el candidato de ese partido, James G. Blaine, enjuició con todo entusiasmo el sistema político por el que de manera ordenada y pacífica, se podía cambiar la dirigencia del país. En el Diccionario, en la sección dedicada a los Estados Unidos, de manera parcial y tramposa se emplea esa crónica para presentar sólo la parte negativa de lo que Martí escribió, ocultado cuanto de elogio hizo del proceso y de quienes lo habían inventado. Los fragmentos escogidos por Valdés Galárraga ocupan desde la entrada 2256 a la 2264 y, en lo que a continuación se transcribe, se reproducen completos; sólo en los elogios aquí se suprimen pasajes, indicando su lugar con tres puntos entre corchetes. Y para mayor claridad de lo que escoge y de lo que oculta el Diccionario, van en letra distinta y en diferente color: en cursiva y en violeta lo negativo; y en rojo lo que esconde el Diccionario, cuanto aplaude y entusiasma a Martí.

Grover Cleveland tomó las riendas del poder el 5 de marzo de 1885; Martí escribió la crónica diez días después, y se publicó en el periódico La Nación, de Buenos Aires, el 9 de mayo del mismo año. Empieza con esta apología de los fundadores de los Estados Unidos, quienes en la Constitución habían sabido plasmar la forma más justa para gobernar el país; escribió:

Yo esculpiría en pórfido las estatuas de los hombres maravillosos que fraguaron la Constitución de los Estados Unidos de América: los esculpiría, firmando su obra enorme, en un grupo de pórfido. Abriría un camino sagrado de baldosas de mármol sin pulir, hasta el templo de mármol blanco que los cobijase; y cada cierto número de años, establecería una semana de peregrinación nacional, en otoño, que es la estación de la madurez y la hermosura, para que, envueltas las cabezas reverentes en las nubes de humo oloroso de las hojas secas, fueran a besar la mano de piedra de los patriarcas, los hombres, las mujeres y los niños. El tamaño no me deslumbra. La riqueza no me deslumbra. No me deslumbra la prosperidad material de un pueblo libre, más fuerte que sus vecinos débiles.[…]

Los hombres no me deslumbran, ni las novedades, ni los brillantes atrevimientos, ni las colosales cohortes; y sé que de reunir a tanta gente egoísta y temerosa, ha sucedido que la República esté en su mayor parte poblada de ciudadanos interesados o  indiferentes que votan en pro de sus intereses, y cuando no los ven en riesgo no votan, con lo que el gobierno de la nación ha ido escapando de las manos de los ciudadanos, y quedando en las de grandes traillas que con él comercian. Sé que las causas mismas que producen la prosperidad, producen la indiferencia. Sé que cuando los pueblos dejan caer de la mano sus riendas, alguien las recoge, y los azota y amarra con ellas, y se sienta en su frente. Sé que cuando los hombres descuidan, en los quehaceres, ansias y peligros del lujo, el ejercicio de sus derechos, sobrevienen terribles riesgos, laxas pasiones y desordenadas justicias, y tras ellas, y como para refrenarlas, cual lobos vestidos de piel de mastines, la centralización política, so pretexto de refrenar a los inquietos, y la centralización religiosa, so pretexto de ajustarla; y los hijos aceptan como una salvación ambos dominios, que los padres aborrecían como una afrenta […]:

A los que en ese Universo nuevo levantaron y elevaron en alto con sus manos serenas, el sol del decoro; a los que se sentaron a hacer riendas de seda para los hombres, y las hicieron y se las dieron; a los que perfeccionaron el hombre, esculpiría yo, bajo un templo de mármol, en estatuas de pórfido. Y abriría para ir a venerarlos un camino de mármol, ancho y blanco.

***

¿Qué sabe el gusanillo que anda en las entrañas de la majestuosa beldad, del cuerpo humano? Por un canal se entra; en una celda se aloja; cae, como la langosta sobre los sembrados, sobre todo un tejido […] Es recia y nauseabunda, una campaña presidencial en los Estados Unidos. Desde Mayo, antes de que cada partido elija sus candidatos, la contienda empieza. Los políticos de oficio, puestos a echar los sucesos por donde más les aprovechen, no buscan para candidato a la Presidencia aquel hombre ilustre cuya virtud sea de premiar, o de cuyos talentos pueda haber bien el país, sino el que por su maña o fortuna o condiciones especiales pueda, aunque esté maculado, asegurar más votos al partido, y más influjo en la administración a los que contri­buyen a nombrarlo y sacarle victorioso.

Las elecciones llegan, y de ellas ve sólo el transeúnte las casillas en que se vota despaciosamente, las bebederías en que se gasta y huelga, las turbas que se echan  por las calles a saber las nuevas que va dando el telégrafo a los boletines de los periódicos. […] Se palpa el peligro de dar autoridad en el país a los que no han nacido en él, y no lo aman, aunque se reconoce la justicia de que cada uno de los que ha de llevar las andas al hombro, dé su voto sobre el peso de las andas. Se vive de Mayo a Noviembre, viendo ruindades, y en disgusto y alarma. […]

Pero por sobre ellas, y con todas ellas ante los ojos, queda en la mente, sacudida de asombro, y respeto comparable sólo al de quien viera tambalear sobre su quicio un mundo, inclinarse de un lado al abismo, irse ya todo sobre él, y reentrar de súbito en su puesto. Conmueven, obrando a la vez, diez millones de hombres. El que los ha visto, en esta hora de faena, siente que la tierra está más firme debajo de sus plantas; y se busca sobre las sienes la corona. Este es el inevitable hecho épico. Brilla, entre la revuelta y oscura campaña, como en un cielo gris brillaría, una gran rosa de bronce encendida. […]

De cerca se observa cuán difícil es, luego que ha sido descuidado por la gente proba, recobrar el ejercicio del poder político. De cerca se ve que el cambio no ha sido esencial y durable, sino ocasional y como de prueba: y se ve lo que puede, con una sacudida de hombros, un puñado de gente honrada. Nada más, nada más que esto, un puñado de gente honrada ha dado el triunfo a Cleveland. Mil votos menos, entre diez millones de votantes, y el Presidente hubiera sido un hombre impuro y funesto, un sofista brillante; hubiera sido Blaine. […]

La política, aunque jamás desamparada de eminentes y pulcros servidores, fue aquí quedando por gran parte en manos de los políticos ambiciosos, los empleados que les ayudan para obtener puestos o mantenerse en ellos, los capitalistas que a cambio de leyes favorables a sus empresas apoyan al partido que se las ofrece. […]

Entonces, al peligro, acudió el más granado de la gente del Norte, y el mejor de todos fue aquel zanquilargo, bolsicorto y labirraso de mirada profunda y ojos tristes; aquel que no vino de negociantes, pastores ni patricios, sino de la Naturaleza y la amargura; aquel de vestir burdo y alma airosa, el buen Abe Lincoln. Ellos, en incontrastable exabrupto, no crearon solamente un partido, al organizar el republicano, sino que volvieron a crear la Nación. Fueron cruzadas nuevas, y Wendell Pilllips, su Pedro el Ermitaño. Se entraron por todas las ciudades. Asaltaron todas las plataformas. Hablaban desde un púlpito en las iglesias, desde un barril en las plazas, desde un caballo en los caminos. Ni una aldea sin prensa; ni un día sin peroración; ni una estancia sin su misionero. Cubrieron toda su tierra, y salieron de ella a conmover a las ajenas. Así quedó el partido republicano establecido: como el mampuesto de la libertad humana. […]

Una tienda abierta, donde se mercadea por los rincones el honor han venido a ser las convenciones, un tiempo gloriosas, en que los delegados del partido en cada Estado se reúnen cada cuatro años a elegir su candidato para el primer empleo de la Nación.

Por desamor a la publicidad, o por no aparecer en ella del brazo con los logreros, manteníanse apartados de los negocios públicos los hombres mejores, y por indiferencia los que no tenían especial interés en ellos. De manera que, seguros del triunfo y de la impunidad, puede decirse, de acuerdo con las declaraciones escritas y habladas de los republicanos más notables, que no había abuso público, violación, fraude, cohecho, rapiña, robo, que el partido republicano no cobijase o alentara. […]

Las leyes de la política son idénticas a las leyes de la naturaleza. Igual es el Universo moral al Universo material. Lo que es ley en el curso de un astro por el espacio, es ley en el desenvolvimiento de una idea por el cerebro. Todo es idéntico. Cuando parecían, por el apetito de riqueza fuera del gobierno, y la inmoralidad dentro de él, podrida en la médula, y como sin cura posible, la nación; cuando en su aplicación veíanse corrompidas, como en los países viejos, las instituciones políticas, y la naturaleza humana; cuando a vuelta de un siglo, toda era polvo la peluca de Washington, y polilla la chupa de Franklin, y lepra todo Jefferson; cuando eran de ver, en el espíritu del gobierno, la usurpación y el desenfado, y el ímpetu de arremeter, so manto de Libertad, contra la esencia de ella en el país y fuera de él, —y en el país eran de ver la misma empleomanía, preocupaciones e imprevisión que desfiguran a pueblos de cima menos afortunada y grandiosa— surgió, como por magia, en cada lengua un remedio, se levantó, como contra la esclavitud, en cada púlpito un apóstol; se ensañaron con brío juvenil los honrados ancianos; relucieron aquellas mismas lanzas de la cruzada abolicionista; salieron de su silencio los pensadores vigilantes, que son, como la médula del cuerpo humano, la esencia escondida de los pueblos; y la República se mostró superior a sus peligros. […]

En economía, pues, uno y otro partido andaban igualmente vacilantes. En religión, fuera de estar siendo socavados ambos, como por el diente de una nutria, por la Iglesia Católica, tan dividido en protestantes y católicos está el uno como el otro. En política, si que los divide, aun sin saberlo ellos, el diferente concepto de la nación y su gobierno. […]

Tuvo el partido demócrata la fortuna de que apareciese en él el reformador que los tiempos requerían, duro como un mazo, sano como una manzana, independiente como un cinocéfalo […] ¡Honradas papeletas, alas del derecho, que por encima de candidaturas censurables aunque previsoras, como la de Butler, o ineficaces, como la del partido de la temperancia, o curiosas como la de la señora favorecida por las sociedades del sufragio femenil, han llevado al sencillo reformador a que la oree y purifique, a la Casa Blanca! […]

Volvió Martí al tema de las elecciones en los Estados Unidos un año más tarde, y en una crónica para El Partido Liberal, de México, hizo el más notable elogio suyo sobre el poder del voto: sin desconocer sus limitaciones, sino, todo lo contrario, enumerándolas todas, y de nuevo al analizar las virtudes y los vicios del país, hizo esta afirmación:

Después de verlo surgir, temblar, dormir, comerciarse, equivocarse, violarse, venderse, corromperse; después de ver acarnerados los votantes, sitiadas las casillas, volcadas las urnas, falsificados los recuentos, hurtados los más altos oficios, es preciso proclamar, porque es verdad, que el voto es un arma aterradora, incontrastable y solemne, que el voto es el instrumento más eficaz y piadoso que han imaginado para su conducción los hombres.

Y cuando en las elecciones de 1888 el presidente Cleveland, con el que Martí simpatizaba, fue derrotado por el candidato de la oposición, el republicano, Banjamin Harrison, que no gustaba a Martí, en elogio del proceso electoral, escribió otra vez en el periódico argentino:

Después de haber visto en su grandeza y en su lepra el acto más bello de la libertad, […] después del espectáculo solemne, […] venga el uno o el otro, aunque no ha venido el que debía ¡Lo que importa, por sobre todas las batallas de los héroes, es este ejercicio pacífico de la nación: el triunfo del espíritu público es lo que importa!

Desde luego, como era de esperarse, ninguno de estos juicios de Martí sobre el voto aparecen en el Diccionario del pensamiento martiano: de hecho, sobre el “voto” no hay ni una sola entrada en las 9614 que tiene el libro.

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