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Eduardo VIII (1894-1972), el rey que abdicó por amor y cambió el curso de la historia en el proceso, halló en La Habana de los años 40 y 50 un refugio paradisíaco donde relajarse fuera del foco público y de la mirada de Europa, que seguía cada un de sus pasos y los de su esposa, la estadounidense Wallis Simpson.

Los duques estuvieron más de una vez en La Habana y, dicen que se alojaron siempre en el "Hotel Nacional" hospedándose en el antiguo "Apartamento de la República", la lujosa Suite Presidencial del Nacional, que contaba con entrada y comedor privado, además de estancias para recibir invitados.

Estuvieron en La Habana por primera vez cuando, en los días de la II Guerra Mundial, Eduardo fue nombrado Gobernador General de las Bahamas.

Volverían en 1948. En ese año también estuvieron en La Habana no pocos personajes ilustres de la nobleza europea, como la Duquesa de Alba y los padres del rey Juan Carlos de España.

Al año siguiente el príncipe Ali Khan estuvo tambien junto a Rita Hayworth, la famosa actriz de "Gilda".

En los años 50 viajan en dos ocasiones: en 1954 y 1955. Ya en ese entonces el duque conocía lo que era Cuba. Le encantaba jugar golf.

En una ocasión se interesó por saber sobre el destino de Alicia Parlá, la bailarina cubana que en París lo enseñara a bailar la rumba.

En las páginas del libro "Hotel Nacional de Cuba, Revelaciones de una leyenda" de los autores Luis Báez y Pedro de la Hoz se recogen algunos recuerdos que empleados del hotel guardaron de las estancias de Eduardo y
Wallis en el establecimiento hotelero.

«El Duque era un hombre amable, elegante, con una sonrisa a flor de labios que contrastaba con el aire de tristeza de su mujer… Por suerte en aquellos años no se habían puesto de moda los paparazzi, porque si no hubiera sido imposible contener al enjambre de fotógrafos de las revistas del corazón… Ellos, muy dispuestos a atender a la prensa en el hotel… no eran dados a la publicidad. Cada vez que cualquiera de nosotros se cruzaba con uno de ellos, tenían una atención, una reverencia, un gesto. Al Duque nunca se le escuchó la menor queja».





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