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Los exiliados cubanos estamos en el punto de mira de la izquierda intransigente:

Los exiliados cubanos estamos en el punto de mira de la izquierda intransigente: los superzurdos y bisiniestros.
por Daniel Iglesias Kennedy (Profesor y Escritor)
Voy a contaros una anécdota personal. En enero de 1985, aproveché un viaje a España para solicitar asilo y protección a las autoridades españolas. Yo era un escritor sancionado por haber escrito una novela que fue censurada por la Casa de las Américas al ser considerada una muestra de desviacionismo ideológico. Había entrado en la lista de autores impublicables en Cuba. Sin embargo, el momento fue el equivocado. Por aquellos años, existía una armonía y una connivencia sospechosa entre el Gobierno socialista de Felipe González y el régimen de Fidel Castro. Basta con mirar algunas fotografías para entender la buena sintonía que existía entre ambos mandatarios; tanto que, por recomendación del Presidente español, el Líder cubano fue galardonado con la Medalla de Oro del Senado que le entregó Federico del Carvajal, entonces Presidente de esa institución.
Para no alargar este relato, y a pesar de haber ganado ese mismo año de 1985 dos premios literarios internacionales aquí en España, uno para cuento y otro para novela; haber empezado a publicar mis libros en la prestigiosa editorial Tusquets de Barcelona, mientras me ganaba la vida (honrada pero clandestinamente, ya que no me estaba permitido trabajar) haciendo traducciones e impartiendo clases particulares, el Gobierno de González me lo negó todo: el refugio, el asilo político y hasta el asilo por razones humanitarias, una gracia que le ha sido concedida a delincuentes y terroristas que han argumentado una «persecución despiadada» en sus países de origen. La editora de Tusquets, alarmada por el ensañamiento con uno de sus autores, escribió al Presidente español para exponerle su preocupación, y habló delante de mí con otro autor que también publicaba en su editorial y que casualmente era el Ministro de Cultura en el Gobierno de Felipe González: Jorge Semprún, un excomunista afrancesado. Le rogó que intercediera por mí para poner fin a una situación grotesca y legalizar mi residencia en España. Yo llevaba ya cinco años indocumentado, sin un pedazo de cartulina que me identificara como a una persona. No podía moverme, ni alojarme en un hotel, ni ir a Correos a recoger un paquete. Hasta los derechos de autor que percibía por la publicación y venta de mis libros debían ingresarse a nombre de mi pareja, ya que sin una documentación me era imposible abrir una cuenta bancaria. Simplemente yo no existía. Pocas semanas después, en un Consejo de Ministros donde se expuso mi caso, Semprún y el resto del gabinete socialista firmaron la denegación de mi asilo humanitario.
Un comisario del Departamento de Extranjería de la policía, el hombre que me «atendía» (un tal José María), me citó en su oficina que entonces se encontraba en la Puerta del Sol de Madrid. Sin más preámbulo, me dijo lo siguiente: «En estos momentos, tú eres el extranjero más incómodo que tenemos. Yo, en tu lugar, pensaría en marcharme a otro país, por ejemplo, a Estados Unidos. Tú eres medio americano, ¿verdad?»
Esa aventura kafkiana duró hasta 1991, cuando se aprobó una Ley de Extranjería para regularizar a todos los indocumentados que llevaran un año o más residiendo en España. Y como era una ley que no dependía de la gracia o la voluntad del gobernante de turno, por ahí me libré. Algún tiempo después obtuve la nacionalidad española.
Desde entonces no he hecho más que trabajar. He publicado varios libros, ejercido la docencia, creado empresas y puestos de trabajo, casi todos ocupados por mujeres españolas que son profesoras y secretarias. A punto de cumplir 71 años, sigo al pie del cañón.
Un cubano que escapa del comunismo es considerado por la izquierda europea algo así como un muerto que ha huido del Cielo y que ha aparecido aquí sin que nadie lo invitara ni esperara, para explicarles a los terrícolas que, allí de donde él procede, no hay Dios ni Paraíso; que toda esa ideología es puro cuento y falsedad; que lo único que existe es miseria, represión, familias rotas y gente desesperada, empobrecida y resentida. La reacción de los superzurdos es siempre la misma: el descrédito, el insulto, la humillación y el trato excluyente. La politización sectaria de su comportamiento es escandalosa. Resulta curioso que la nueva generación de políticos bisiniestros, como Pedro Sánchez (socialista) y Pablo Iglesias (comunista), aprueben y apoyen la entrada masiva en España de saharianos y subsaharianos, y destinen cantidades importantes de dinero del erario público a mantener y cuidar a toda esa inmigración que, salvo excepciones, no aportan nada a este país, y que muchos acaban cometiendo delitos de diversa gravedad que los medios de comunicación ocultan. Ah, pero si el inmigrante es un cubano o un venezolano que tiene algo que contar acerca de su experiencia en regímenes socialistas o comunistas, lo conveniente es ignorarlo, ningunearlo, apartarlo y, llegado el caso, acorralarlo a ver si se calla o se larga. No hay más que asomarse a las redes sociales y leer las reacciones de los izquierdistas. Cuando alguien como yo intenta expresar, con libertad y educación, algún criterio o concepto avalado por mi conocimiento y experiencia del sistema comunista, enseguida aparecen las increpaciones: «Los cubanos sois una mafia pagada por los americanos.» «Tenían que haberte metido en la cárcel y haber tirado la llave.» «Vete a tu país y basta ya de querer jodernos a los españoles», y otras tantas lindezas que prefiero ahorrarme, y que me han dedicado cuando he querido comentar una noticia o discrepar de una afirmación sin base real alguna. Y líbreme Dios si la discordancia es con una integrante del movimiento feminista radical. Es tanto el odio que tienen acumulado, tan viscerales sus arrebatos, que no hay más que mirar sus fotos para asustarnos de sus consignas y vislumbrar los motivos de su insatisfacción y sus frustraciones.
Tratando de ser realistas, si los inmigrantes, provengan de donde sea, se dedicaran a trabajar en serio y no a delinquir o intentar vivir del cuento y de las ayudas sociales; si tuvieran la decencia y la valentía de crear empresas, medianas o pequeñas, riqueza y puestos de trabajo; si aportaran al país en lugar de desangrarlo, la realidad española sería otra muy distinta. Pero los superzurdos son incapaces de aceptar qué es lo más ventajoso para España. Sus razones son muy básicas: garantizarse el voto incondicional de los «mantenidos» en un país donde mucha gente jamás apoya al ejecutivo más sabio y competente, sino que van en contra de todo aquello que codician, que no han sido capaces de alcanzar y, por tanto, les produce envidia malsana y resentimiento.
Posdata: En el año 1990, cuando aún yo era un paria marginado por el Gobierno socialista español, un senador norteamericano que estaba de visita en España se había enterado de mis «tribulaciones burocráticas» con las autoridades de este país. Me llamó por teléfono, me citó en su hotel de Madrid y me dijo que firmaría para mí una visa de entrada y residencia en Estados Unidos. Estaba autorizado para hacerlo. Allí nadie comprendía por qué a un autor premiado y publicado en España se le tratara como a un delincuente vulgar y peligroso. Para sorpresa suya, le agradecí el gesto y me negué. Le sorprendió que yo rechazara esa «oportunidad de oro», según sus palabras, mientras yo insistía en permanecer en un país donde el ambiente político me resultaba hostil. Le expliqué que tenía un motivo poderoso, quizás la razón más importante que pueda tener un hombre para tomar una decisión así: el amor por una mujer que valía mucho la pena.
Fotografías:
1- Encuentro efusivo entre el ex Presidente socialista español Felipe González y Fidel Castro. Sus rostros muestran la alegría y felicidad que les produce ese abrazo solidario.
2- Fragmento del acta de censura a mi novela «Esta tarde se pone el sol».
3- En esta publicación del Premio Puerta de Oro 1985 ha habido un error por parte del redactor de la noticia. Donde dice «solicitó y obtuvo asilo político» debería decir sólo «solicitó», porque obtener no obtuve nada.
4- Algunas ediciones de mis novelas en España.
5- Una feminista radical por las calles de Madrid, convocando a sus cofrades para matarnos a todos.
6- El superzurdo Presidente de España Pedro Sánchez y su bisiniestro vicepresidente Pablo Iglesias. El primero socialista y el otro comunista… ¡Que Dios nos pille confesados!





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