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Las fiestas del Primero de Mayo

Uno de los más poderosos argumentos en contra del “socialismo” en Martí se encuentra en su carta de 1894 a Fermín Valdés Domínguez. Su repudio allí es concluyente. A ella va Armando Hart con el fin de restarle fuerza. Y es algo que escribió a menos de un año de su muerte, por lo que no sirve la excusa de algunos intérpretes marxistas, de que Martí estaba “en tránsito” hacia el socialismo.

Preparaban los exiliados en Cayo Hueso una fiesta para celebrar el Día de los Trabajadores, entonces el primero de mayo. Serafín Sánchez escribió un artículo para Patria el cual, según sus palabras a Gonzalo de Quesada, Martí no lo quiso publicar, porque hablaba de Robespierre y lo había escrito “con tinta roja [que] destila sangre”. Por su parte Valdés Domínguez, el gran amigo de Martí, parece que estaba en los preparativos de la fiesta y también le ofreció un escrito para Patria. De todos esos papeles sólo se conoce la respuesta de Martí, que dice de lo que aquí interesa:

Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas, y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos que, para ir levantándose en el mundo, empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados… El caso es no comprometer la excelsa justicia por los modos equivocados o excesivos de pedirla.

Y comenta Hart: “Obsérvese que Martí concreta los peligros de las ideas socialistas, como tantas otras, en la incultura y la maldad humana, es decir, en los factores subjetivos”. Y uno se pregunta, ¿en qué reduce eso el juicio severo de Martí? Pero para mayor claridad de lo que allí quiso decir debe leerse lo que escribió en Patria dos semanas antes de aquel primero de mayo, como para enterar bien a todos de sus ideas:

Otro peligro social pudiera haber en Cuba: adular, cobarde, los rencores y confusiones que en las almas heridas o menesterosas deja la colonia arrogante tras sí, y levantar un poder infame sobre el odio o desprecio de la sociedad democrática naciente a los que, en uso de su sagrada libertad, la desamen o se le opongan. A quien merme un derecho, córtesele la mano, bien sea el soberbio quien se lo merme al inculto, bien sea el inculto quien se lo merme al soberbio… Si desde la sombra entrase en ligas, con los humildes o con los soberbios, sería criminal la revolución, e indigna de que muriésemos por ella. Franca y posible, la revolución tiene hoy la fuerza de todos los hombres previsores, del señorío útil y de la masa cultivada, de generales y abogados, de tabaqueros y guajiros, de médicos y comerciantes, de amos y de libertos. Triunfará con esa alma, y perecerá sin ella. Esa esperanza, justa y serena, es el alma de la revolución. Con equidad para todos los derechos, con piedad para todas las ofensas, con vigilancia contra todas las zapas, con fidelidad al alma rebelde y esperanzada que la inspira, la revolución no tiene enemigos.

 

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