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‘La extraña boda de Pepe Maceo’.

‘La extraña boda de Pepe Maceo’.💍💑☺

Cuentan Moreno Fraginals y Emilio Roig, que era vox populi en la manigua oriental, la resistencia al matrimonio y a cualquier compromiso amoroso, del hermano menor del Titán: el mujeriego, romancero y rompecorazones José Marcelino Maceo, “El León de Oriente”.

Pepe Maceo era un sex symbol para las mujeres que lo frecuentaron y le encantaba ejercer de eso, incluso teniendo a una novia oficial: la hermosa guajira de El Cristo, Elena Núñez. Pero Pepe insistía en permanecer soltero, por más que Antonio quisiera que por fin sentara cabeza y se casara con la señorita Núñez.

José hizo oídos sordos a Antonio, pero no contaba con la paciencia e insistencia de su Jefe de armas, el General Enrique Loynaz del Castillo. Mientras lo visitaba en su exilio en Nicoya, Costa Rica, el padre de Dulce -preparado por Antonio- le insistió al joven sobre la conveniencia de esa boda, cara a su integridad e imagen de hombre de bien que debía dar un oficial del Ejército de Cuba en Armas.

Finalmente, un poco por obediencia castrense, y otro por cansancio, el hijo díscolo de Mariana accedió a conducir a su novia al altar.

Loynaz relató en su autobiografía que “la oposición de José Maceo no era tanto al matrimonio, como a los sacerdotes españoles como el que oficiaba en Nicoya, donde Antonio Maceo, al frente de un grupo de oficiales cubanos, se empeñaba en llevar adelante una colonia agrícola en tierras cedidas por el Gobierno costarricense. Tampoco le gustaban las complicaciones de confesión y comunión que el matrimonio traería consigo. Las consideraba, simplemente, como «guanajadas»”.

La familia Maceo Grajales, estaba casi en pleno refugiada en Costa Rica junto al Titán y a la sufrida María Cabrales. «Casi”, porque el hijo “bastardo”, aunque reconocido de Antonio, Antonio Maceo Marryat, estaba al cuidado de su tío Marcos en Kingston.

Pero el resto de la prole de Mariana, con primos y tíos, estaba en Nicoya, y deseaban fervientemente que El León de Oriente tomara de una vez a su novia por esposa. Así que en cuanto José Maceo le dijo “sí” a Don Enrique, el General trajo a un cura para oficiar la boda, temiendo que el joven tuviera tiempo de reconsiderar su decisión.

No obstante, antes de consumar el enlace, el sacerdote hizo a los novios algunas preguntas. Le preguntó a Pepe que si creía en Dios, y al responder éste afirmativamente, el párroco comenzó a preguntarle, uno a uno, su opinión sobre los mandamientos, un tipo de interrogatorio que el mambí odiaba. Pero increíblemente, mantuvo la calma, hasta el quinto mandamiento.

A estas alturas, merece la pena acudir al relato de Ciro Bianchi Ross sobre la anércdota:

“Dijo el cura entonces:
– Por supuesto, hijo mío, que nunca habrás cometido el pecado de matar…
Y ahí mismo José perdió la compostura.
– ¡Mire, padre, se necesita ser un guanajo para preguntarle eso a un hombre que ha estado diez años en la guerra matando españoles, y hasta un cura me cayó una vez entre las manos!
– ¡Matar al enviado de Dios! ¡Eso es un pecado mortal que yo no puedo absolver! ¡Hay que ir por dispensa a Roma!
– ¡A Roma se va usted ahora mismo por la ventana!” -le gritó José Maceo al tiempo que se le echaba encima.

Guanajo es, se dice, voz aborigen. En todo caso es un vocablo cubano que identificaba al pavo y, por extensión, se dice así al tonto o al simple, en tanto que guanajada, voz cubana, equivale a necedad o sandez. No resulta extraño entonces que el cura de Nicoya desconociera qué había querido decirle José Maceo cuando lo llamó guanajo, y por más que Loynaz se esforzaba, no conseguía hacerle creer que la palabreja era en Cuba un elogio exquisito y delicado. El sacerdote no comprendía que tal exquisitez se hubiera acompañado con gestos tan airados.

Loynaz cuenta que, con paciencia, evitó que Pepe tirara al cura por la ventana, y por fin consiguió calmar a su guerrero y tranquilizar al religioso. El cura, de mala gana aceptó la exigua suma de 25 pesos que le ofreció Loynaz, pero eso le evitaría el penoso viaje a Roma en busca de dispensa, para el pecado mortal que había cometido el cubano.

Pudo así por fin anunciarse la boda de José Maceo y Elena Núñez para un día de diciembre de 1894. A la hora convenida por las dos familias, se dio cita en casa de Elena toda la colonia de cubanos de Nicoya, con el general Antonio a la cabeza. Llegó el sacerdote, y en un susurro preguntó a Loynaz quién era el padrino de «la fiera». Como lo sería el propio Loynaz, le pidió que se colocara al lado del novio. Lo mismo hizo la madrina con la novia y comenzó la ceremonia, que transcurrió de prisa y concluyó en un decir “amén”.

Pero a Loynaz del Castillo le pareció demasiado corta la boda, y se lo hizo saber al cura. Entonces el párroco cerró la Biblia, se quitó la toga, tomó el dinero y le dijo al general, mirándole a los ojos:

– ¿Y qué más quiere Ud. por 25 pesos?

Y se marchó sin esperar la champaña que la familia de Elena ofrecía a los convidados.” (Fin de la Cita de Ciro Bianchi)

No sé cómo terminó Pepe con Elena, aunque se sabe que apenas disfrutaron la vida conyugal; el León de Oriente dejaría viuda a su mujer en menos de un año.

Era un hombre difícil, pero atractivo y electrizante, según los que le conocieron o combatieron a sus órdenes. Lo describían fornido y esbelto, de mirada dura y ceño adusto, “con gran prestancia, dulce sonrisa y muy preocupado por el último de sus soldados”, dice José Luciano Franco, biógrafo de la familia. Y añade:

“Era una persona jovial, sincera, desinteresada y presumida. Tenía una gran sensibilidad musical, en especial con la guitarra, que tocaba de oído pero con gran destreza, y presumía de una caligrafía excelente. Pero también era temperamental, de enfado fácil y muy gallito. Por eso retó a duelo a Guillermón Moncada al que juró matar, gritándolo a voz en cuello con palabras fuertes, fuera de sí. También masacró a los prisioneros españoles que caían en sus manos, si era uno de sus “días malos”. Entonces hacía oídos sordos a las súplicas de sus subordinados que le pedían actuar de acuerdo a los códigos de honor, y los ajusticiaba él mismo, uno a uno…”

El 5 de julio de 1896, en Loma de Gato, una montaña de la Sierra Maestra al nordeste de Santiago de Cuba y al sur-suroeste del pueblo de El Cobre, José Maceo entra en un combate desigual con dos columnas españolas fuertemente armadas, bajo el mando del general Tirso Albert y del coronel Joaquín Vara del Rey, respectivamente. A pesar de la superioridad numérica española, Pepe se lanza a la batalla al frente de sus hombres. Casi enseguida una bala le atraviesa el pecho.

Moría con 47 años José Marcelino Maceo y Grajales, El León de Oriente, el más polémico, valiente y mujeriego de los héroes de la Guerra del 95.

Fuente: Por Carlos Ferrera.



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