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<< El Abra de Yumurí, una leyenda de amor aborigen >>

En la zona que hoy conocemos como la provincia de Matanzas, vivió un joven cacique que se encontraba celebrando con todos los de su tribu, el nacimiento de su primera hija que llamaron Coalina.

Todos en el lugar venían a rendirle homenaje y a traerle numerosos regalos a la pequeña que acababa de nacer, hasta que llegó ante el cacique un anciano behique (especie de sacerdote y brujo entre los taínos) que le dijo:

-Cuida a tu hija, pero por favor, no dejes que se enamore jamás.

El tiempo fue pasando y Coalina fue creciendo y poniéndose cada vez más hermosa, tanto que ya estaba llamando la atención de los jóvenes indios del caserío pero su padre, recordando la profecía dicha por el viejo behique, se la llevó a una cueva situada en una de las montañas que rodean el valle Yumurí. La fama de la belleza de la muchacha creció tanto que llegó hasta donde hoy conocemos como la provincia de Camagüey, donde por aquel entonces, vivía un joven llamado Nerey, el cual al saber de la belleza de la joven que habían tenido que llevar a la cueva de las montañas, se enamoró tanto de ella que hasta perdió el sueño y solo pensaba en ir a verla.

Un día, el joven Nerey no aguantó más y decidió partir, dejó su gente para ir en busca de su amada.Viajó incansablemente enfrentándose a todos obstáculos que le surgían en el camino, hasta que al final de su largo viaje, llegó a las cercanías de la tribu de Coalina. Una vez allí, se informó del paradero de la muchacha, y cuando estaba entrando en la cueva, la tierra tembló, pero eso no fue impedimento para él. Cuando por fin ambos se vieron ya era de noche, y ella, al verlo, comenzó a sentir los primeros síntomas del amor. Entonces él se le acerco y ella miró hacia una montaña cercana, donde vio al anciano behique de blancos cabellos que le sonreía.

Coalina y Nerey se abrazaron y en ese momento la tierra tembló nuevamente abriendo la montaña en dos, y un enorme hueco que llegaba hasta el centro de la tierra arrastró hacia sus adentros a Nerey que llevaba a Coalina en sus brazos.

A este lugar lo conocemos hoy día como el Abra del Yumurí, y dicen que en las noches de Luna Llena, cuando el viento sopla cerca del abra, va murmurando “Coalina…. Nerey….. Coalina…. Nerey…..”.



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