EL DICCIONARIO

En el “Prólogo”, escrito por José Cantón Navarro, se hace esta prometedora advertencia:

Entre los múltiples valores del libro está el de dar las ideas tal como las expresó el Maestro, coincidan o no con los criterios del autor o de los estudiantes de la obra martiana. No se suprimen palabras ni frases por el hecho de que alguien pueda considerarlas molestas o inoportunas. Esta concepción del autor, a más de mostrar un profundo respeto por las ideas de nuestro héroe mayor y por la verdad histórica, contribuye a estimular la investigación, el análisis razonado y el pensamiento propio de los lectores.

Y en la “Introducción” Valdés Galarraga confirma la esperanza de que el suyo es un trabajo honrado; dice:

Puesto que se trata del pensamiento martiano, era necesario reproducirlo con toda la fidelidad con que lo concibió siempre. A Martí hay que divulgarlo como fue: un Martí real, humano, filosófico y polifacético, que sentó las bases de nuestra independencia, sin mutilaciones, omisiones y mucho menos con interpolaciones que adulteren el sentido de sus ideas. Si hemos de estudiar y seguir los vericuetos de su pensamiento, tenemos que conocerlo en todos sus aspectos.

¡Qué hermosa promesa! Después de tantas falsificaciones, desde Cuba nos lo iban a dar entero a Martí, sin ningún subterfugio para que brillara más un aspecto de sus ideas o esconderle otro por inconveniente. Ya se sabe que allá han suprimido “palabras” y “frases” por “considerarlas molestas o inoportunas”. Basta un solo ejemplo. En el “Preámbulo” de la Constitución socialista, de 1976, y en la reformada de 1992, se lee:

Declaramos nuestra voluntad de que la ley de leyes de la República esté presidida por este profundo anhelo, al fin logrado, de José Martí: “Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.

Pero ahí interrumpieron la cita. Esas palabras son de su discurso de Tampa, del 26 de noviembre de 1891, en el que, por supuesto, Martí aclaró enseguida lo que entendía por “la dignidad plena del hombre”, y que no dice la Constitución, y es lo siguiente:

O la República tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí, y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos.

Pero eso que Martí entendía como “dignidad plena del hombre” va en contra de las prácticas del gobierno antidemocrático y totalitario que hay en Cuba, y lo suprimieron: “el hábito de trabajar con sus manos”, de “pensar por sí propio”, “el ejercicio íntegro de sí”, “el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás” y “la pasión por el decoro del hombre”.

Ante las promesas del “Prólogo” y de la “Introducción”, de no hacer ni “mutilaciones” ni “omisiones” por el “profundo respeto” del autor por las ideas de Martí, va uno a ver si han superado el temor de decir lo que Martí entendía por “la dignidad plena del hombre”. ¡Ah!, pero no, todo fue una esperanza vana. Al reproducir esas palabras de Martí, en la entrada 8022 del Diccionario,, aparecen tal como las pusieron en la Constitución, y el lector se queda sin saber lo que Martí entendía por “la dignidad plena del hombre”.

Otra de las falacias de este Diccionario es presentarlo como si no tuviera antecedentes. Es que el gobierno de Cuba no se atrevía a publicar una obra de esa naturaleza, en la que aparezca ordenada y con claridad la doctrina de Martí, y se quiere dar la impresión de que nada semejante se había hecho con anterioridad; así se lee en el “Prólogo”: “Para adentrarnos en la vasta obra de Martí un libro como éste constituye preciosa ayuda, con la que no contábamos hasta ahora”. Se esconde de esa manera el hecho de que, precisamente por la abundancia de colecciones de pensamientos de Martí, en particular las que se han hecho durante los últimos años en el exilio y que han podido entrar clandestinas en la isla, se han visto obligados a publicar el Diccionario, y sólo mencionan, como excepción, la obra de Lilia Castro de Morales, de 1953, pero se ignoran las muchas que existen.

Las colecciones de pensamientos de Martí se empezaron a hacer muy temprano en la República. La más antigua fue la que con el título Granos de Oro publicó Rafael G. Argilagos, en 1918, en la editorial de la revista Cuba Contemporánea, de la que se hicieron después varias ediciones. Siguieron otras, también en libro, como la de Alfonso Hernández Catá, en 1921; la de Manuel Isidro Méndez, de 1930, con pasajes de Martí sobre diversos asuntos, que publicó la Colección de Libros Cubanos que dirigía Fernando Ortiz; la del Ideario Cubano, de Emilio Roig, en 1936; la de Luis Alberto Sánchez, publicada en Chile en 1942; el Ideario Separatista, de Félix Lizaso publicada en 1947 por el Ministerio de Educación, de La Habana. La primera ordenada como diccionario, aunque aún no por orden alfabético, fue el Código Martiano o de Ética Nacional, publicado en La Habana en 1943 y reproducido en Miami en 1986 por la Editorial SIBI. El “Espíritu de Martí”, ordenado por Mariano Sánchez Roca, apareció en las Obras Completas de la Editorial Lex en 1943, 1948 y 1953. El Pensamiento Martiano, de Adalberto Alvarado, se publicó en Miami en 1986 y en 1994. En 1995, con motivo del Centenario de Dos Ríos, la Fundación Nacional Cubano Americana publicó un Ideario y una traducción al inglés de pensamientos de Martí con el título de Thoughts. Húber Jerez Mariño, también en Miami, publicó en 1999 El Cantar de Martí (con su Biblia Martiana) que tiene 8100 entradas. Dos colecciones bilingües con pensamientos de Martí se publicaron en Nueva York, una por la Unión de Cubanos en el Exilio en 1980, y otra en 1985 por Las Américas Publishing Co. Y aún otra bilingüe publicó La Moderna Poesía, en Miami, en el año 2000. Y en este recuento no pueden ignorarse los cientos de folletos con pensamientos de Martí que han publicado y hecho llegar a Cuba la FNCA y las organizaciones Of Human Rights y el Center For a Free Cuba, de Washington. Son todos esos trabajos los que han forzado a los que se encargan de la cultura en Cuba a ofrecer algo que de alguna manera los contrarreste: el resultado ha sido la obra de Valdés Galarraga.

Por otra parte, apenas se revisa este Diccionario se da uno cuenta de que, sin renunciar del todo las viejas formas de falsificar a Martí, lo que más cambia en él son los mecanismos de las trampas; el fin es el mismo: mantener secreto a Martí. Después de tantos años en el poder no se habían atrevido en Cuba a escribir una biografía de Martí ni a publicar una colección de sus pensamientos. Los obstáculos eran insalvables. La vida de Martí, su integridad, sus luchas contra las injusticias y su defensa de la libertad y de la soberanía de las naciones, hacían muy difícil seguirlo sin poner en evidencia su implícita condena del régimen de La Habana. Pero la tecnología moderna, la facilidad de las comunicaciones hacía muy difícil mantener tan burdo silencio y, después de algún ensayo biográfico tímido e infortunado decidieron sacar de la tumba a Jorge Mañach y reproducir su hermoso Martí, el Apóstol, publicado en 1933, aún a discreta distancia de lo político.

Y ¿de colecciones de pensamientos? Nada. Tampoco se habían atrevido a hacer un repertorio de sus ideas toda vez que al destacar lo fundamental en el pensamiento de Martí saldría una doctrina que no le convenía al gobierno. Es este Diccionario, así, el primer intento socialista que pretende conjurar la escandalosa ausencia. Pero el Diccionario ni es honrado, ni está hecho con el rigor necesario para ofrecer las ideas que caracterizan a un pensador. Cuando poco antes de su muerte Martí dispuso cómo podrían reunirse sus escritos, le pidió a Gonzalo de Quesada que fuera selectivo: “Entre en la selva”, le dijo, “y no cargue con rama que no tenga fruto”; y aquí, a este libro, se han traído a capricho ramas que sólo sirven para esconder el “fruto”, el que los amigos del leñador no quieren que se distinga. De la misma manera que la verba abundosa esconde en el habla lo que no se quiere decir, la hojarasca en el bosque esconde el fruto que no debe verse, o distrae y confunde a quien lo procura. Poner, como se hace en este Diccionario, centenares, y hasta miles de frases y oraciones vacías, noticias y citas sin sustancia, descripciones de personas y lugares desprovistas de significado no logran más que ocultar las ideas principales de Martí.

Además, ¿cómo se atreve Valdés Galárraga a decir que su Diccionario es la “antípoda” del “infame folleto” cuando los pensamientos recogidos en el folleto también se encuentran en su obra? Véanse estos ejemplos:

El pensamiento número 1 del folleto (“La patria es de todos, y dolor de todos…”) está en la entrada 6693 del Diccionario.

El número 4 (“El respeto a la libertad y al pensamiento ajenos…”) está en la entrada 5437.

El 6 (“Patria es eso, equidad, respeto a todas las opiniones…”) en la 6699.

El 15 (“La tiranía es una misma en sus varias formas…”) en la 8572.

El 17 (“Es culpable el que ofende la libertad en la persona sagrada de nuestros adversarios…”) en la 4537.

El 18 (“Como el hueso al cuerpo humanos, y el eje a la rueda, y el aire al pájaro, y el aire al ala, así la libertad es la esencia de la vida…”) en la 4471.

El 27 (“Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”) en la 8667.

El 28 (“Las letras sólo pueden ser enlutadas o hetairas en un país sin libertad”) en la 4406.

El 30 (“Un pueblo está hecho de hombres que resisten, y hombres que empujan…”) en la 7647.

El 32 (“El que vive en un credo autocrático es lo mismo que una ostra en su concha…”) en la 4490.

El 34 (“Dos peligros tiene la idea socialista…”) en la 8318.

El 45 (“Asesino alevoso, ingrato a Dios y enemigo de los hombres…”) en la 6378.

El 47 (“No valen antifaces en los países de prensa libre…”) en la 6884.

El 51 (“Me parece que me matan a hijo cada vez que privan a un hombre del derecho de pensar”) en la 4977.

Y aun hay algunos pensamientos del folleto que aparecen dos veces en el Diccionario: por ejemplo, el número 8 (“La libertad cuesta muy cara…”) está en las entradas 4423 y 4429; y otros, como el número 7 (“Sólo resisten el vaho venenoso del poder las cabezas fuertes…”), una parte está en la entrada 6995 y la otra en la 3469. Esta particular rotura, sin embargo, puede haberse hecho para disimular el retrato de Fidel Castro y sus compinches que de ellos sale en ese pensamiento, pues concluye diciendo: “El espíritu despótico del hombre se apega con amor mortal a la fruición de ver de arriba y mandar como dueño, y una vez que han gustado de este gozo, le parece que le sacan de cuajo las raíces de la vida cuando lo privan de él”.

La mayor diferencia entre el voluminoso Diccionario y el sencillo folleto es que en Martí: en sus propias palabras no hay prestidigitador que escamotee la doctrina, está toda a la vista del lector, mientras que en el Diccionario está sumergida en profuso material, frases y palabras ajenas a lo que constituye un pensamiento. Los escritos de Martí, la prosa y el verso, son riquísimos en frases felices, hay en su obra miriadas de ellas, descripciones líricas y observaciones originales, lo que con justicia ha hecho considerarlo el más grande creador de la lengua española. Por lo común son esas frases lo que él ve y comunica de manera única; pero el pensamiento, que en Martí disfruta también en alta manera del arte del buen decir, nos da su particular reflexión sobre lo que percibe con los sentidos y lo hace discurrir, y sobre lo que razona con su inteligencia. Al reseñar en La Opinión Nacional, de Caracas, en 1882, un libro de pensamientos publicado en París, dijo:

Tiene de bueno el libro que no fue escrito para publicarse, sino como desahogo del autor, y muy sin prisa, y día tras día, y en varios años, de modo que no se ven allí pujos de ingenio, ni antítesis violentas, ni esas frases espumosas, brillantes y huecas que son de uso en los modernos escribidores… La belleza de la frase ha de venir de la propiedad y nitidez del pensamiento en ella envuelto. Ni ha de decirse escritores sino pensadores, en justo castigo de haber venido dando funestísima preferencia al arte de escribir sobre el de pensar. Algo más que sastres y embadurnadores de fachadas han de ser los escritores buenos. Ha de borrarse del papel toda frase que no encierre un pensamiento digno de ser conservado, y toda palabra que no ayude a él.

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