InicioTodoCon apenas 27 años de edad el joven Ignacio Agramonte y Loynaz,...

Con apenas 27 años de edad el joven Ignacio Agramonte y Loynaz, de gallarda figu

Con apenas 27 años de edad el joven Ignacio Agramonte y Loynaz, de gallarda figura y oratoria vehemente, consagraba su vida a la lucha en la manigua redentora, al igual que otros muchos hijos del Camagüey. Apenas habían transcurrido 23 días después del grito de “libertad o Muerte” lanzado por Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua.
No tenía experiencia en la contienda militar ni de la realidad con el enfrentamiento a los españoles en el campo de batalla. Hasta esos momentos se manifestaba idealista, impetuoso e irreflexivo, sin tener definida todavía la forma de llevar la lucha contra la opresión.

La fuerza de su pensamiento inicialmente se enfocaba en la necesidad de fundar una República donde tuvieran plena vigencia las libertades democráticas y el derecho de las personas a discutir u opinar sobre cualquier asunto. No comprendía aún la necesidad de la férrea disciplina militar cuando se lucha contra un poder superior y organizado.

El amor a su patria lo hizo estar entre los primeros que se opusieron con intransigencia revolucionaria contra los desertores, cobardes y oportunistas que se rendían ante España. En pocos meses vivió la cruel y amarga realidad del colonizado, vio cometer horrendos crímenes contra la población civil, lo que lo condujo a comprender en toda su dimensión la necesidad de una lucha implacable contra el enemigo español y combatirlo estudiando su propia táctica.

En noviembre de 1871 Agramonte fue nombrado por el gobierno de la República en Armas como jefe de operaciones de la División del Camagüey. A partir de ese momento se convertiría en paladín de la Revolución cubana, en símbolo de heroicidad, humildad, valor, fe inquebrantable en los destinos de la patria y, sobre todo, en el hombre que supo calar hondo en la conciencia de su pueblo, para fundirse y enraizarse en el concepto de patria y nación.

Él mismo reconoció en una ocasión en una misiva: “… Aquí ha habido muchas dificultades que vencer… pero ninguno de los que quedaron firmes en el campo, vacila; nuestras tropas cada día más aguerridas entran alegres en el combate”.

Sus grandes acciones y dotes de jefe militar lo fueron convirtiendo en una especie de leyenda y solo su nombre hacía temblar al enemigo, que tuvo que reconocer su capacidad como estratega y militar. José Martí lo calificó como “… diamante con alma de beso”, Manuel Sanguily lo vio “como un romano de los heroicos tiempos de la República” y Juan Marinello lo describió “como viniendo de un mundo en que los hombres creen lo que dicen”.
Múltiples anécdotas ha recogido la historia sobre la trayectoria de El Mayor, como aquella, su formidable e histórica respuesta a quien le preguntó, en un momento de desastre y desesperación, con qué contaba para continuar la guerra: “Con la vergüenza de los cubanos”.

De las acciones que realizó su ejército, cubierto de harapos, descalzo y hambriento, basta solo mencionar una: el heroico rescate del brigadier Julio Sanguily el 8 de octubre de 1871 con únicamente 35 jinetes de su legendaria caballería, ante un enemigo muy superior en hombres y armas.

Consciente del enorme papel que debía desempeñar, libre de todo prejuicio, sectarismo y regionalismo, convertido en uno de los jovenes principales de la Revolución y en un forjador de pueblo y nacionalidad, continuó realizando proezas y orientando a los suyos hasta el final de sus días.

Agramonte sólo contaba con 32 años de edad y poco más de cuatro dedicados a la guerra por la independencia, cuando cayó en combate en el potrero de Jimaguayú la mañana del 11 de mayo de 1873, con un disparo de fusil desde poca distancia, en plenitud de su gloria y madurez político militar.

Murió peleando al frente de sus hombres con el habitual derroche de valor que había logrado y que enardeciera de arrebato patriótico a las tropas que mandaba. La pérdida del Bayardo de Camagüey, como también se le nombraba, fue un rudo revés para el movimiento independentista.
El ejército español no se atrevió a darle sepultura y terminó por reducir su cadáver a cenizas y esparcirlas al viento. Los hombres humildes del pueblo cubano, las mujeres heridas y sufridas lloraron sentidamente su caída y quizás por ello gritaron al colonialismo español: “Cuba tuvo un Agramonte, un hijo del Camagüey. Y su cadáver augusto quemaron en Camagüey porque el muerto daba susto a los soldados del Rey”.

Cuba tuvo un Agramonte,
Un hijo de Camagüey,
Que fue a pelear al monte
Con los soldados del rey.

Cayó en su puesto de honor
El hijo de Camagüey;
Y el muerto causó pavor
A los soldados del rey.

Y su cadáver augusto
Quemaron en Camagüey,
Porque el muerto daba susto
A los soldados del rey.




Most Popular